martes, 11 de marzo de 2008

La imaginaria del alma

¡Qué le vamos a hacer! Se me ha dicho, y es cierto: soy incorregible. O me pasa aquello de Neruda, que ni muerto podré dejar de cantar. Vamos con otro “digamos que es una prueba”…

Si aún queréis, insisto aquí: La imaginaria del alma

miércoles, 5 de marzo de 2008

Laberinto de...

Pues ya está: son mis trescientas, mi laberinto de confusiones, o de confesiones si se prefiere. Se trataba de dar voz a estos pequeños agobios que con los años dificultan la respiración, de abrir la ventana porque el cuarto del alma olía a cerrado. Eso ha sido todo, pretensión de tomar aire. O de seguir el juego de inventarme que interrumpí tras la infancia. Llevo un año jugando con un gato que me arrimó a sus fantasías cuánticas, con un peculiar Mr. Hyde que saltaba por mis sótanos y con un entrañable “caballero” que, al cabo, es al que más he llegado a querer. Y palabras, palabras, palabras, con esa cuota creciente de sombras que llevo dentro. Y con vosotros, entrañables visitadores, que, a veces, adornasteis mis entradas con destellos lejanos, como de estrella que envía un signo de racionalidad remota a la vigilia permanente de un viejo radiotelescopio. Era como saber que había alguien ahí fuera, buena gente dispuesta a acompañar, a consentir la dosis diaria de un ensimismamiento ajeno.

No sé si quiero volver. Probablemente sí, pero no estoy seguro. De momento, confieso mi cansancio. Me daré un tiempo, unos días, unas semanas… Unos meses, sería demasiado. En cualquier caso, debería cambiar algunas cosas. Muchas probablemente. Veré si soy capaz.

El caballero inactual también ha querido despedirse. Se ha empapado la garganta con tres copas de un jerez oloroso, que guardo para “las ocasiones”, y me ha cantado estas soleares con voz turbia:

De memoria estoy viviendo,
de ya saberme la vida
de memoria, y en silencio

para que no se me note
que no hago por no pensarla
cuando es de noche la noche.

¡Y el día, allí en la memoria,
cargándome las espaldas
de confusiones y sombras!

De memoria y carrerilla,
como si fuera la tabla
de confesión de la vida.

O la lista innumerable
de soles sin mediodía
que fue nublando la tarde.

O la lección no posible,
que nunca estuvo en un libro,
para aprender a morirse.

De memoria estoy viviendo.
O quizá, sin darme cuenta,
de vivir me estoy muriendo.


A vosotros, de verdad, gracias.

martes, 4 de marzo de 2008

Días de más

Me lo dictó el “caballero sin día” hace cinco años:


Cuento los días y las horas. Cuento
este absurdo intervalo que me queda
para hacer de los sueños almoneda
y en ruinas declarar el pensamiento.

Este pensar que ha de arrastrar el viento,
hojarasca de un hombre, polvareda,
nada, silencio que el silencio hospeda,
verbo que no lo fue sino un momento.

Qué tonta crueldad la de la vida:
amanecer un día, despertarse,
amar, creer, pensar… Dormirse luego.

Y comprar un reloj a la medida
cuando el alma comienza a desgarrarse
sin sueños, sin aliento, sin sosiego.

(marzo 2003)

lunes, 3 de marzo de 2008

El amor a uno mismo y...

Todo actor interpreta al actor que lleva dentro, al igual que cada uno de nosotros lo hace con el yo de que se piensa depositario. Pero también, desde esa inevitable interpretación nuestra, no hacemos otra cosa que intentar interpretar al que tenemos delante. Aunque se trata de dos interpretaciones distintas: una, la propia, es escenificación; otra, la ajena, pura hermenéutica. Por la primera ocultamos, por la segunda queremos desvelar. Es decir, tapamos en nosotros lo mismo que pretendemos sacar al aire en los demás.

¿Cómo sería un mundo en el que se invirtieran los destinatarios de esos dos empeños?, ¿un mundo en que el esfuerzo de la interpretación se orientase a que cada quien buscara descifrarse a sí mismo, y cada cual se afanase en fabular la virtud en los otros? De entrada, sería un mundo raro; de salida, un mundo inhóspito. Tan inhóspito, que todos y cada uno, luego de descubrir los límites de su insignificancia, acabaría por encontrar la significación de cada uno y todos los demás. ¡Rarísimo e inhabitable! Para nosotros, naturalmente. Sin embargo, es la única forma de entender lo de “amar al prójimo como a uno mismo” y “a Dios sobre todas las cosas”.

A lo mejor por eso, el reino está en otra parte y nosotros aquí (yo, el primero), convencidos de que el símil “como a uno mismo” quiere decir que uno es el paradigma de las maravillas y que lo que se debe hacer es desvelar parejos prodigios en los demás.

A veces, parecemos tontos… O lo somos siempre.

El chopo y el "carpe diem"

Yo no sé si habrá sido por la pereza del pasado otoño, por aquel carácter tardo-melancólico que le atribuí (esa vagancia de distraer la ocupación pendiente hasta el momento inevitable), o por el síndrome del viejo verde con que pareció nacer este tibio invierno que, en cuanto ha podido, se ha adornado con soles y afeites impropios de su edad; el caso es que, en el chopo que hay por frente a mi ventana, se ha obrado un prodigio del que yo, por lo menos, no guardo memoria: unas cuantas hojas de la generación pasada, quiero decir de las que aún verdeaban cuando octubre no quería ser octubre, han resistido los escasos rigores del último solsticio y se han topado, de boca y manos, con una multitud de insolentes brotes, de esos que traen la savia fresca y las ganas de tirar a espada con la luz, y con su propia sombra si se tercia.

He estado observando, largamente, durante el atardecer de este domingo, ese árbol de extraños ayeres y mañanas simultáneos. Y he reparado en una de las hojas de la generación perdida, que se agarra a la rama con la desesperación de la memoria al tiempo. Autoritaria y severa, se inclina sobre la juventud verdiblanca de una yema nueva como diciéndole aquello de como te ves, me vi; como me ves te verás. Claro que la otra parece responderle con crueldad desvergonzada: como me ves, no te volverás a ver jamás... Y he pensado, no lo he podido evitar, en Garcilaso:

…Marchitará la rosa el viento helado,
todo lo mudará la edad ligera,
por no hacer mudanza en su costumbre.

Y en Quevedo:

Tu edad se pasará mientras lo dudas;
de ayer te habrás de arrepentir mañana…

Y en Góngora:

…se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

Y en Juana de Ibarbourou:

…Hoy, y no mañana. Oh, amante, ¿no ves
que la enredadera crecerá ciprés?

Y…

He cerrado la ventana; luego he empezado a escribir. Esto del carpe diem botánico me ha llenado, hablando humanamente, de nostalgia.

sábado, 1 de marzo de 2008

Las rosas en el cementerio

Porque mañana es mañana, porque mañana, dos de marzo, tiene que ser un aniversario; para que lo leas y esta noche, a las once, me digas por teléfono si te ha gustado. Aunque ya sé lo que me vas a decir.


A mi madre



Se han quedado sombrías, silenciosas,
en el pretil de tu última ventana;
dentro del mundo y de la pena humana,
dentro del tiempo, rosas entre rosas.

Mas tú no estás allí; son tendenciosas
las voces que lo dicen; es malsana
la intención de pensarlo, es inhumana…
Tú no estás donde estaban esas rosas.

Tú estás en mi teléfono a las once,
puntüal, como siempre te sabía,
hablándome de luz y de grandeza;

no tras ese balcón de falso bronce,
debajo de la cifra de ese día
que, amanecido adiós, durmió en tristeza.

(1 marzo 2008)

viernes, 29 de febrero de 2008

La pulpa seca del silencio

Si me muriera de repente
no dejaría de cantar.

Pablo Neruda


Se exprimió el zumo del alma hasta el silencio, hasta que sólo quedó la pulpa seca del silencio entre las rendijas del exprime-almas. Y se lloró la muerte como es debido; aunque él pensara que no era eso lo debido, que llorar por uno mismo no está bien, que el narcisismo tanático no es nada elegante, que queda bastante tonto eso de lagrimear y decirse entre pucheros: “qué pena me doy, ¡con lo buen chico que era!...”

Así que abrió el cubo de la basura y sacudió el exprimidor. El silencio volvió al silencio, como Dios manda, sin corte de plañideras ni flores arrancadas, sin vocingleros lamentos ni escenarios de tristeza. La porción de tierra se hizo tierra, al igual que el ascua breve de los otros elementos. Y la tierra se desmembró en silicatos, y los silicatos en calcio, en magnesio, en silicio... Después ocurrieron cosas raras porque fueron extraviándose los electrones de sus antónimos. Entonces el silencio se hizo hidrógeno, y el hidrógeno partícula solitaria, y la partícula solitaria quark…

Y el quark se transformó en palabra.

Cuando dejó en el contenedor las bolsas de basura, pensó ­–cosa extrañísima porque se había muerto– que la pulpa seca del silencio era la undécima categoría del ser.

Aristóteles anduvo distraído en este caso.

jueves, 28 de febrero de 2008

La tarea

Nota que aparece al final de mis “Memorias”, apócrifas, inéditas, aún por escribir… Pero no os preocupéis: se publicarán en cuanto encuentre un editor que merezca "mi inteligencia". Adelanto estas líneas en desagravio a esos personajes “famosos” (como Pipi Estrada, que ha supuesto para mí un auténtico, aunque tardío, descubrimiento) que vuelcan sus interesantes vidas ante la indiferencia lectora de algunos sectores de la sociedad:

Tengo una tarea urgente que cumplir y todavía no sé cuál es. He pasado mucho tiempo preguntándome si se trataría de una gran empresa, de algún gesto heroico, de alguna hazaña memorable... Con los años me he vuelto escéptico: me temo que mi tarea sólo era creer que tenía una tarea urgente que cumplir. A casi todos los idiotas nos pasa esto.

A veces hay que ser sincero.

miércoles, 27 de febrero de 2008

Más firme, más neta, más buena

Me preocupó cuando lo leí, aunque, sin duda, yo no llegaré a vivirlo. Parece que los días de las Olimpiadas están contados; o, mejor dicho, los días de los récords de las Olimpiadas, sic transit... Los estudiosos, que no pueden estarse quietos, han realizado un pormenorizado análisis de las 3260 marcas registradas desde 1896, que es cuando el barón de Coubertain resucitó este maravilloso espectáculo, y la conclusión ha sido demoledora: a partir del 2060, se acabó lo que se daba, ni un récord más, habremos llegado al límite de nuestra potencialidad muscular. El más lejos, más alto, más fuerte tendrá que ser, como mucho, un tan lejos, tan alto, tan… Vamos, una pena.

Esto de mirar atrás y comprobar que nunca haremos algo mejor que quienes nos precedieron tiene que ser desalentador. Es un terreno abonado para convertir en semidioses a los antepasados. A lo mejor, es lo que sucedió en la Grecia de siempre. Tal vez, hubo un pasado, ignorado por nosotros, en el que eso ya ocurrió. Y entonces tuvieron que volver a empezar. Y se consideraron a sí mismos sólo hombres; y a los otros, héroes, inmortales, del otro lado… A lo mejor, por eso es por lo que les gustaba tanto lo del eterno retorno, que podría ser una opción meritoria, también para nosotros, a partir del 2060.

Pero podríamos hacer algo más, podríamos hacer algo nuevo, radicalmente nuevo y revolucionario. Podríamos inventar los Juegos Olímpicos de la Moral. Que yo sepa, no hay ningún precedente (los hay de saberes del hombre, pero eso es razón teórica); y si lo unimos a la “prioridad técnico-moral” del otro día, nos saldría un ser humano al que, ni en broma, reconocería ya ninguno de sus primos chimpancés. Estos juegos tendrían pruebas como las 400 horas vallas de honradez, en la que los atletas de la razón práctica deberían superar, durante 16,6 días, todo tipo de obstáculos (tentaciones, diríamos hoy) con su fornida rectitud; o las 100 horas lisas de veracidad, que los pondría ante el dificilísimo récord de ser radicalmente auténticos en cuatro días y poco; o, la prueba reina, la Maratón de la Justicia, que los enfrentaría, ni más ni menos, que a 42,195 días siendo justos…

Creo que entonces la gente no se limitaría a salir en chándal para correr por los parques. Creo que ya no sólo querríamos tener el músculo fuerte y el corazón en forma: entonces, desearíamos también un alma vigorosa y grande… Más firme, más neta, más buena.

martes, 26 de febrero de 2008

La réplica del caballero inactual

Yo iba a escribir de otras cosas, pero me he encontrado junto al monitor este soneto del “caballero”. Al parecer, le molestó mi introducción del viernes, mis palabras sobre su no hablar “como hoy es debido”…


A pesar de vivir en estos días,
entre placas, y micros, y teclados,
y ratones bluetooh, y fragmentados
clústeres, y demás nigro-manías;

a pesar de inventarme mediodías
en los súbditos ojos, fatigados
de mirar y mirar medio embobados
el monitor de sus melancolías.

A pesar de esto y más, sigo teniendo
una espada, un caballo, una celada,
un molino de viento, una aventura…

Unas ganas de ser, que no está siendo,
que no será jamás, o será nada
más que un sueño soñando una locura.

(26 febrero 2008)

lunes, 25 de febrero de 2008

La prioridad y la sospecha

Parece ser que, en este hogar lácteo de la noche, conviven con nosotros unos cuatrocientos mil millones de estrellas. Dicen que son inmensos globos de hidrógeno que, en nuestro caso –probablemente en otros muchos–, son como una caldera gigantesca que ensaya la vida en sus alrededores.

Aquí abajo, en este otro hogar de roca y agua cotidiano, sólo hay unos seis mil millones de animales verticales, implumes y a veces sabios, que recorren sus coordenadas aireando preguntas y afanándose en locuras, saludables unas veces, insanas muchas más.

Y aquí dentro, en este micro-hogar-espelunca de huesos y tejidos, no hay nada más que una burbuja de vida, opaca o translúcida, según el ánimo, frágil o tenaz, según el día. Supongo que a los seis mil millones de animales verticales restantes les ocurre otro tanto y albergan una burbuja similar. En algunas pocas de esas sutiles pompas, caben todas las demás, incluso los cuatrocientos mil millones de inmensos globos de hidrógeno. En otras, en la mayoría, sólo entra un relámpago de luz, una débil claridad durante un breve intervalo de tiempo, que apaga el hambre, o el terror, o la guerra, o la miseria, o la enfermedad… precipitadamente.

Gracias a nuestra espléndida red-de-sabidurías, podemos tener inmediata noticia de tantos horizontes de infortunio; hasta se pueden reproducir, virtualmente, los efectos de un disparo o de una bomba con absoluta indiferencia. Lo que no entiendo es por qué aún no hemos inventado la red-de-la-sensibilidad o el juego virtual del dolor humano; quiero decir, algo que nos permitiera sentir, como si fuera propia, toda la desgracia de las demás burbujas en nuestra modesta burbuja solitaria.

A estas alturas de la especie, debería ser una prioridad técnico-moral en los presupuestos dedicados a la investigación. Si no lo es, habrá que sospechar.

domingo, 24 de febrero de 2008

Esta tarde

Esta tarde os la dejo a vosotros… para que la pongáis el nombre de las melancolías que se os antojen. Os diré simplemente que es lluviosa, que es de humedad ceniza en la mirada y que, en sus agónicas oscuridades, el asfalto brilla como la piel de un cetáceo emergente. Es una tarde para sentarse junto a la ventana y adivinar la trayectoria inminente de una gota en el cristal… o para repasar las referencias de los silencios que llenan nuestras alforjas. No tiene sentido que cuente yo las mías, que cada cual haga su examen de nostalgia y su propósito de vida, que cada quien firme la paz consigo mismo y haga propósito de enmienda para no caer en la tentación del mismo dolor de siempre.

Y si esta tarde no es ya esta tarde, si esta tarde es esta noche, o es mañana, o cualquier momento de cualquier día, ponedle entonces la memoria del nombre de esas melancolías vuestras. Porque lo importante no es lo que ocurre ahí fuera, llueva o no llueva, sea ahora o después, aquí o en cualquier otra parte, sino lo que sabemos y queremos nosotros de nosotros, que, al fin y al cabo, es lo que somos. La exterioridad del mundo no es más que su ocasión. O su pretexto.

viernes, 22 de febrero de 2008

Un soneto del caballero inactual


No sé qué pinta este hombre aquí, diciendo estas cosas tan extemporáneas, tan sin día, que huelen a museo, a rancia antigüedad. No sé cómo se las apaña para que la gente que habla con él no descubra su alma egipcia, quiero decir, momificada. No sé por qué ese afán suyo, tan anacrónico, de mezclar amor con muerte, y no amor con sexo, o con violencia, o con práctica de desahogos variopintos. No comprendo por qué no habla como hoy es debido. No es mala gente, pero… es así; no lo puede evitar según parece:

No quiero enajenarme; o deshacerme
como un terrón de azúcar en tu olvido,
de azúcar o de sal, mal diluido,
mal tenido de sí, soluto inerme

que deja de ser él. No quiero verme
paladar de la muerte, descendido
a accidente de un alma que ha roído
su compacta sustancia, y no saberme.

Quiero ser el que soy, bíblico y neto,
zarza que arde y no muere y te proclama
decálogo de todos sus sucesos.

No ese cuerpo arrojado, mudo y quieto,
que anochece deseo en una llama
y amanece ceniza de unos besos.


(22 febrero 2008)

jueves, 21 de febrero de 2008

Memoria de la creación

A mi madre en su lejano silencio; a todas las madres, por su amor inevitable


Existen nebulosas primitivas, jirones de luz deshilachada, advertidos por el ojo de ese cíclope solitario de la noche que es el Hubble, en las remotas lindes de nuestro universo. Perviven en la ficción de un viaje a trescientos mil kilómetros por segundo que nos deja su recuerdo, su hoy inactual, en la mirada curiosa. Son algo así como la memoria de la creación, la madre primigenia de las familiares galaxias actuales; como nuestra Vía Láctea, donde se hace la vida y la muerte, el amor y el dolor, la alegría y la tristeza…

¿Nos pasará a nosotros eso? ¿Existirá allí, en los remotísimos rincones del alma, un frágil resplandor deshilachado, una imagen sin apenas luz, una débil memoria de un casi olvido del que luego crecieron el sueño, la esperanza, el entusiasmo, la fuerza gravitatoria del corazón y de la voluntad que ahora nos sostienen? ¿Será ese ayer, casi apagado, el beso de una madre que estuvo con nosotros, que sonrió con nosotros, que aplaudió, con el entusiasmo de un auditorio enardecido, el primer balbuceo nuestro que quiso ser palabra?

No lo sé, pero estoy seguro de que todos andamos cargados de deudas con amores que tenemos casi olvidados y, sin embargo, fueron las primeras señales que nos configuraron la vida.

miércoles, 20 de febrero de 2008

Conciencia de limitación

(Por evitar caer en lastimeras melancolías –hoy hace un año que escribí aquí mis primeras bobadas–, mucho me temo que me voy a poner “espeso”).


No sé por qué tiene que ser así. No sé por qué lo bondadosamente excesivo acaba siendo una enfermedad o una tragedia, por qué estamos capacitados para concebir el infinito si luego somos incapaces de soportarlo… Sin embargo, es verdad. El amor que nos supera por su grandeza, o acaba consigo mismo, y ya no es amor, o acaban con él, y deja de serlo o se convierte en locura. Sólo la literatura se ha atrevido a acercarse. Humanamente, sin embargo, siempre nos quedamos en el patio de butacas, siempre somos espectadores decepcionados…

Querría poseer una memoria portentosa. Pero la memoria no escapa a la ley del desencanto: la puedo concebir, pero no la soportaría; es más, sería contraproducente. Los psicólogos y psicodemás creen que lo han descubierto ellos. Es mentira. Recuerdo a Borges, recuerdo a Funes el memorioso: “Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, es abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos.”

Como no puedo tener una memoria portentosa, querría tener una inteligencia ilimitada, un pensamiento que soportase la infinitud de datos de aquélla. Pero, si ninguna sabiduría se me negase, ¿tendría realmente alguna sabiduría?, ¿no consiste saber en dejar de ignorar? Y si ya no queda nada que se pueda ignorar, ¿no es cierto que ya no se puede saber ninguna cosa? Una sabiduría así es una sabiduría muerta, una desazón sepultada, un polvo de noticias indiferentes.

No sé por qué tiene que ser de este modo, pero lo único excesivo para lo que estoy hecho es mi excesiva limitación. Qué pena.

¡Y qué soberbia que piense que es una pena!

martes, 19 de febrero de 2008

Las necesidades del hombre

La ciencia, para sobrevivir;
el amor, para permanecer;
la poesía, para no morir;
la ficción, para distraer;
las noches, para despertar;
la filosofía, para crecer;
el arte, para soñar;
la moral, para vencer
la pereza de existir…

Y Dios –perdón por la divergencia–
tan sólo... para vivir.


(19 febrero 2008)

lunes, 18 de febrero de 2008

La imaginaria del alma

Sólo el ya no querer es lo que quiero…
Francisco de Quevedo


Entre una y otra soledad, la vida:
un quehacer sin amparo, a trompicones,
con tres o cuatro rotas ilusiones
que nos ponen de pie en cada caída.

Y otra vez a empezar la confundida
desazón de estar vivo, entre razones
que no son, o son sueños, o ficciones
para vendarse el alma malherida.

Qué tiempo todavía, qué entretanto
consentirá a la sombra su mirada;
qué oscuridad aún estos anteojos.

Cuánto habrá que esperar hasta que el llanto
de la noche se aburra de la nada
y la nada se aburra de sus ojos.

(18 febrero 2008)

viernes, 15 de febrero de 2008

Confesiones

Hoy se ha puesto el sol a las 6:48 P.M., hace ahora exactamente 59 minutos. No queda ya, por tanto, ni tarde ni atardecer, sólo noche incipiente. Sólo noche. Mr. Hyde acaba de irse. Tempranísimo. Me ha dicho que tenía un dolor de no sé qué, y se ha largado con cara de mala uva. Y yo me he quedado mirando esta pantalla y diciéndome que ya va siendo hora de que me tome la vida en serio. No sé si en serio o si en silencio, que es lo más serio que se me ocurre.

Debo empezar a practicar la “epojé” de Pirrón, suspender el juicio (la palabra) sobre el mundo y el hombre, sobre los otros y yo. No sé si estoy o no en la edad del escepticismo: yo creo que una persona inteligente debe de llegar bastante antes. Pero siempre he sido existencialmente impuntual. En realidad, sólo fui puntual en la niñez, aunque me entretuve en exceso. De ahí, probablemente, este llegar a destiempo a casi todo. A veces, me he querido lavar la insatisfacción recordando aquello que decía Hegel de que la filosofía siempre llega tarde, de que el ave de Minerva inicia el vuelo al anochecer. Ciertamente, era una metafórica higiene en exceso forzada. Pero no me quejo; en el fondo, la gente casi no lo ha notado: la vena de histrión me salvó en muchas ocasiones. Aunque llega un momento en que molesta esto de andar siempre interpretando. Molesta o cansa. Y entonces se dice la verdad. Ése es el momento de Pirrón, de la “epojé”, del silencio… Silencio en todo, o casi todo: emoción, vocación, trabajo, esperanza, afición, opinión, seudosabiduría… voluntad. Sí, también la voluntad debe dejar de querer. Porque esa es la verdad, la entropía que dije por aquí abajo, la fatiga final... Poca cosa para ser descubierta después de tanta edad.

Más de doscientos folios (lo he comprobado en los borradores) suman los apuntes de este casi año. Veinte de febrero de 2007: “Digamos que esto es una prueba…” Y era verdad: supuse que era una “prueba”. Sin embargo, últimamente, creía que iba a llegar a las trescientas entradas. Sonaba bien, sonaba a Laberinto de Fortuna. No deja de ser una curiosa coincidencia que, en la estrofa 284 (ése es el número que hace este apunte), Juan de Mena acabe su alabanza sobre el rey Fernando en estos términos:

… e por que non sea mi fabla prolixa,
callo façañas de gran maravilla.

Claro que, si Mena opta por silenciar grandes hazañas para que no sea su fabla prolixa, ¿qué no habrá de hacer un caballero a destiempo que habla de sí sin que acometa empresa de mérito mayor que, alguna vez, cantar por soleares?

Tengo la impresión de que Mr. Hyde no va a regresar a casa.

miércoles, 13 de febrero de 2008

13 de febrero de 1837

Drama en cinco actos

A Larra


En el acto primero, tu sonrisa
inventa lo imposible. En el siguiente,
se aplaude de mirar bajo tu frente
caer la noche, ingrávida, sin prisa…

El tercero, lo cruza una imprecisa
premonición crucial, una impaciente
impaciencia que mata suavemente,
que bien advierte lo que mal avisa.

En el nudo hay un beso que es olvido,
que nunca llega a darse, que se queda
a punto de nacer... y se deshace.

Y ocurre lo que ocurre, y no es debido:
la sombra, el paseante, la arboleda,
el mal de amor… ¡En fin, el desenlace!

(13 febrero 2008)

martes, 12 de febrero de 2008

Pagliaccio

Siempre he creído que los sueños no son un supermercado de diagnósticos, como decía el Psicoanálisis, sino un confesionario de sinceridades, ese momento y lugar en que uno se dice a uno lo que piensa de sí mismo. Y lo hace descaradamente, sin eufemismos ni medias tintas, tan de frente que la mayoría de las veces ni lo queremos entender.

Anoche escuché uno de esos altavoces de la autenticidad mientras dormía. Un sueño extraño, como casi todos los sueños, que lo que son de verdad es una célula anarquista en el alma. Estaba yo en una especie de teatro donde vibraba la portentosa voz de un tenor cantando I Pagliacci. Más en concreto, esa celebradísima aria, Recitar!, con que Leoncavallo se hizo común para los demás mortales, yo entre ellos. Llegaba el momento culminante (Ridi del duol / che t'avvelena il cor...), los últimos acordes de la orquesta y el irreal estallido de una ovación emocionada. Canio se adelantaba a saludar; y entonces yo reparaba en Canio… ¡Bendito sea Dios, qué significaba aquello! El payaso no iba de payaso, vestía una malla de negro riguroso, adornada de estampados rojos que querían semejar llamas. La cara delgada, una barba apuntada y triangular, la nariz aguileña… Pensé en Goethe, pensé en el Fausto. ¿Qué extravagante director podía haber concebido a Canio con tan mefistofélico aspecto?...

No recuerdo más. Lo que sí recuerdo, y estoy por arrepentirme, es lo que he dicho al principio, eso de que en los sueños “uno se dice a uno lo que piensa de sí mismo”. No sé si me veo así, si me creo así: un payaso que ni siquiera lo es, el alma de un payaso en el cuerpo de un demonio. Aunque hoy me he reído, algunas veces, como aquél; y me he cabreado otras como éste…

Más vale que cambie de teoría onírica.

lunes, 11 de febrero de 2008

La sabiduría de los pájaros

En la confluencia de la calle Nazario Calonge y la M-216, en San Fernando de Henares, hay una rotonda y una especie de huerto rodeado de muros altos y encalados. De uno de sus laterales emerge la copa de un olmo portentoso que, en estos días de invierno desconcertado y esplendente, sigue exhibiendo su famélica desnudez. No sé qué tiene este olmo a las tres de la tarde que, a diario, convoca una alegre asamblea de pájaros invisibles. Y digo invisibles porque literalmente lo son: por más que miro y remiro entre sus ramas no he conseguido ver jamás ninguno.

Me tiene inquieto la sombra escandalosa de esa alegría. Aminoro la marcha del coche, bajo la ventanilla, me pitan los impacientes, que tienen más prisa que curiosidad… ¡Nada! No hay cuerpo, no hay volumen, no hay criatura que justifique el gozo que se levanta desde ese árbol. Siempre me acuerdo de Juan Ramón: Cantan, cantan. / ¿Dónde cantan los pájaros que cantan?... Porque eso es lo que hacen: cantar anónimamente, corear de incógnito, con franciscana humildad, la plenitud azul de los días luminosos de este febrero que parece tener intención de primavera.

¡Ah!, se me olvidaba: el huerto, rodeado de muros encalados y altos, es un cementerio modesto y recoleto, una provincia de silencio con un perplejo altar de alegría. ¿Sabrán más de la muerte los pájaros que nosotros?

domingo, 10 de febrero de 2008

Exculpación y derrota de la pereza

No tengo ganas de escribir ni una sola palabra. Me acosa la pereza, me cerca la pereza, me invade la pereza… ¡Hoy!... ¿Qué es hoy? ¿Qué tiene hoy de especial para que me ocurra este desaguisado? Esta pregunta, tan tonta, nos la hacemos siempre que la realidad se vuelve torticera, precisamente porque es realidad. De pronto, caemos en la cuenta de que no somos el dios que nos creíamos; que nuestra fuerza no es tal; que nuestra capacidad, tampoco; que nuestro control de la situación es un falso virtuosismo; que somos un racimito de uvas que se pensó destino de ebriedad y se lo están comiendo los pájaros. Tan acostumbrados estamos a las regularidades, que las excepciones nos trastornan.

Y, sin embargo, es así: somos un cáliz de plenitudes con unas cuantas gotas de insignificancia. Pero ¿qué cáliz es ése que en tan grandioso continente alberga contenido tan precario? Lo sabemos ya: la voluntad. La voluntad empecinada en tirar de nosotros, mientras nosotros sólo nos sorprendemos y nos lamentamos. La voluntad que quiere un metro más de combate, un minuto más de espada. La voluntad que está por encima de nuestra débil fuerza, de nuestra pobre capacidad, de nuestro frágil control de los hechos… La voluntad es la bandera de nuestra especie, no la inteligencia; menos, ahora que los “primatólogos” (la “Primatología” es una disciplina que en breve sustituirá a la Antropología en las Universidades) andan proclamando las cualidades intelectuales de los bonobos.

Sirvan como ejemplo estos renglones de que la pereza puede ser vencida. Sirvan, también, para eximirla de su condición de pecado capital del hombre. Nuestro mayor pecado es la abulia, o la pusilanimidad. La pereza sólo es la distracción de la voluntad... un domingo cualquiera.

sábado, 9 de febrero de 2008

La palabra devuelta

Como si tú ya fueras
la palabra precisa,
me bastaba callar para escucharte.
Luis Rosales



En esa tierra un día
anduvo por un sueño secuestrada
una palabra mía.
Me la volvieron nada,
de pies y manos una noche atada.

Fue un otoño… Recuerdo
un paseo por un jardín prohibido.
Tardes en desacuerdo
con su tiempo vencido…
¡Y esa entrega de un signo malherido!

Volvía con la frente
maltrecha de pensarse y no decirse,
volvía entre la gente
con ganas de morirse,
de perderse y callar, de desdecirse.

Como sombra volvía,
recuperada, libre sin grandeza
–fue la noche de un día
que se quiso tristeza–,
con el alma extraviada en su extrañeza.

Y aquí está, malherida,
sin la página que era su universo,
su tierra prometida,
muriendo a mi reverso,
sin frase, sin renglón, sin ser, sin verso…

(febrero 2008)

viernes, 8 de febrero de 2008

De vita beata

La felicidad es autosuficiente, piensa Aristóteles, “se basta a sí misma”. Andamos los seres humanos errados por el empeño de buscarla entre las cosas que la enajenan, poniéndole adjetivos, adornándola indebidamente. Hacemos con ella lo que la belleza encendida, que acaba por no ser belleza de tanto afeite innecesario. La felicidad que se busca en algo distinto a sí es una felicidad enloquecida, una infelicidad por tanto, una desdicha en suma.

Y así se nos van los días, dejándola pasar de largo. Y no vemos, ciegos de nosotros, que llevamos dentro su proyecto, el enunciado de su posibilidad. No hay que querer esto o aquello para ser feliz, sólo hay que querer, sin complementos, sin depósitos del alma con interés negociado, sin aguardar rentas vitalicias ni reclamar ambiciones como nómina de nuestros actos. Yo haría una lectura cristiana de aquel “se basta a sí misma”, yo diría que la felicidad se sobra a sí misma, que consiste precisamente en eso, en sobrarse; no en llenarse porque se siente insuficiente, no en quedarse porque se piensa completa, sino en derramarse porque se sabe felicidad.

¿Y qué es eso que se sabe tan excesivo que tiene que desbordarse?... Algo muy simple y nada nuevo, algo al alcance de cualquiera, algo que nos destaca frente al resto de las criaturas: la gratitud de ser, la gratitud de vivir, la gratitud de amar, la gratitud de pensar… La conciencia de la gratitud es lo único que hace feliz al hombre.

(Dicho sea hoy para enjugar las oscuridades de los últimos días)

jueves, 7 de febrero de 2008

Noticiarios post mórtem

Hoy me he dado cuenta (mira que estoy tonto últimamente) de que a las siete menos diez todavía está el día salpicando claridades en las fachadas más altas. Ya lo dice el refrán: por San Blas, pon pan y vino en la alforja, que día no faltará. Y San Blas fue el domingo. Se me está yendo el invierno como un pensamiento repentino que tuviera más de repentino que de pensamiento. Lo peor es que no sólo me pasa con el invierno, sino con todo lo demás. Pero ya sé que en la cuesta abajo el camino es más ligero, muchísimo más ligero; y eso que el corazón ya no se lleva en ristre, como de joven, sino a la espalda, como la adarga de los vencidos.

Si empiezas con lloreras, me voy de p…

Mira que llega a ser bestia este Hyde. No, no voy a “llorarme”, sino a reírme. A carcajadas si es posible. Por ejemplo, de un servicio funerario que, según leo, ha empezado a funcionar en Barcelona. “Crónica de un adiós” se llama al parecer. Es simple: un periodista asiste a las ceremonias, entrevista a los asistentes, recoge información sobre el finado y redacta los hechos para una publicación “en formato papel” (próximamente, también "informático") que entrega a los familiares a cambio de 190 euros. Es, más o menos, como los jeroglíficos de las pirámides, pero modernizado, “como más de hoy”, que diría cualquier imbécil habitual. Aquí es donde se produce la carcajada.

Pero, un misántropo como yo, no puede reírse durante mucho tiempo: le falta el hábito. Un misántropo como yo acaba entristeciéndose o cabreándose. Me iré por lo segundo, por lo mucho que llevo ya de abuso en lo primero. Me he referido al Egipto milenario sin aclarar algo fundamental: los hombres aquellos “creían”, los de hoy sólo “pagan”; los hombres aquellos “esperaban”, los de hoy sólo “emulan titulares”. A mis ojos, equivocados sin duda, la fe y la esperanza dan un crédito de grandeza al dolor que me cuesta ver en el “abono” y la “emulación”. Porque la fe y la esperanza podrán ser una mentira o un error; la “emulación”, sin embargo, siempre es una farsa. Y yo, desde luego, entre un equivocado y un farsante, me quedo con el equivocado.

La comercialización del dolor (como la del amor, como la de todo lo auténtico en el hombre) es un insulto al dolor: nunca se me olvidará el profundo asco que sentí en el alma cuando, recién fallecida mi madre, un diligente empleado del tanatorio nos enseñaba, a mi hermana y a mí, el catálogo, en papel couché y a "todo color", de los distintos modelos de féretros con el precio, naturalmente, al margen.

…Así que, amigo Hyde, los días son más largos, el tiempo que me queda más corto y la tristeza del alma (recaigo de nuevo) cada vez más grande.

miércoles, 6 de febrero de 2008

La pregunta de mayor enjundia filosófica

La pregunta de mayor enjundia filosófica no se formula en aulas universitarias ni en congresos especializados. La pregunta de mayor enjundia filosófica se hace a los niños desde una amplia y cariñosa sonrisa:

­–A ver, guapo: ¿tú qué quieres ser de mayor?

Querer y ser, la afirmación de uno mismo enfrentada a la más neta metafísica por la curiosidad amorosa (filo-sofía en estado puro) del preguntante. ¡Voluntad y ontología llevadas a la praxis decisoria de un pre-púber...! Porque al púber ya no suele preguntársele eso; lo que al púber se le pregunta, desde una amable sonrisa, es algo más operativo y más cercano:

­–A ver, ¿qué piensas hacer cuando acabes la E.S.O.?

La voluntad se ve desplazada por el pensar (verbo éste que, por otra parte, se halla en riesgo inminente de extinción) y el ser por el hacer. Podríamos decir que la filosofía se hace entonces existencial o, por lo menos, vitalista. Se abandona la idea de que el ser sea una consistencia perseguida por la autodeterminación, y se pretende la reflexión en el quehacer de la vida o la existencia propias.

Cuando el púber ya pisa contundente la adolescencia, sale los fines de semana hasta entrada la madrugada, fuma, bebe, rompe papeleras, pinta fachadas, repite 2º de E.S.O. y tiene pendientes todas las materias de 1º, la pregunta olvida sus pretensiones filosóficas y se vuelve “pregunta a secas" desde una artificial sonrisa:

– ¿Qué vas a hacer cuando cumplas los dieciséis…?

Porque, a esas alturas, ya se ha abandonado la idea de que el adolescente acabe la E.S.O.; fundamentalmente porque él ha dicho, hasta el aburrimiento, que no quiere estudiar, que lo que quiere es trabajar. Esta sorprendente resurrección del querer es ilusoria, sobre todo porque su predicado trabajar es, como diría un neopositivista, un término carente de sentido: el adolescente suele tener la confusa representación mental de que el trabajo consiste en visitar una ventanilla, vestido con un mono (de trabajo, claro), para que le paguen el dinero que tiene que gastarse el fin de semana...

¿Y qué es lo que suele ocurrir a continuación?... Simplemente, la pregunta de mayor enjundia filosófica acaba en una papelera, arrojada al suelo de una patada por un joven que quería trabajar… Después, se mea encima.

No consigo, ni en broma, salir de la tristeza.

martes, 5 de febrero de 2008

La voluntad y el tiempo

Y así pasan los días por el alma
Alfonsina Storni


Los días se disfrazan
de historias no posibles
si se inventan los días,
si se sueñan o fingen.

Los otros, los que están
circulando impasibles,
nacen de no sé qué
y el tedio los suprime;
o se llenan de polvo
y se extravían tristes…

Cuerpo de cosa alcanzan,
alma de olvido exhiben.

Pero si son empeño
de crear lo increíble,
si se creen voluntad,
su fantasma sublime
se desprende del tiempo
con blancas alas libres.

Se disfrazan de sueños,
y soñar los redime.

No son días entonces:
son nosotros… ¡Y viven!

(febrero 2008)

lunes, 4 de febrero de 2008

El hombre del teléfono

Todas las tardes a eso de las siete cruzaba la calle de Pechuán. Era un hombre de cierta edad (entonces, hubiera dicho "mayor", hoy prefiero el circunloquio eufemístico, ¿por qué será?...), mal trajeado, pelo gris, gesto de mal humor congénito. Tenía unos andares peculiares y asimétricos: la pierna derecha con una zancada bastante más larga que la derecha, creo que por un problema de cadera. No era cojo, pero lo parecía.

Todas las tardes, a eso de las siete y dos minutos, entraba en el bar “La Plaza”. Pedía una caña y una ficha de teléfono, entonces había teléfonos públicos en los bares y unas fichas redondas, como pesetas acanaladas, que permitían el servicio. Estaba un ratito hablando, gesticulando ostensiblemente incluso. Luego colgaba y se bebía de un trago la cerveza.

Todas las tardes, a eso de las siete y veinte, volvía a cruzar en sentido contrario la calle de Pechuán y se perdía por la de Gabriel Lobo, cuando Gabriel Lobo llegaba hasta donde ya nadie sabe, como una sombra irreal…

Años después me enteré de que aquel pobre hombre estaba loco, que marcaba siempre el mismo número y nunca su última cifra, que el dueño del bar le conocía de toda la vida, que aquella apasionada y gesticulante conversación era con un silencio inmenso y triste, era con una sombra imaginada…

La verdad, no sé por qué me he acordado hoy de este hombre.

domingo, 3 de febrero de 2008

Saldos del alma

Por fin ha llovido. Hoy tenía Madrid esa cara seria de los días grises. Ya se sabe que a mí me gusta la seriedad: me produce fatiga el enfermizo afán de nuestro tiempo por la diversión y el chiste. No sé si hay eras en el horóscopo chino; si las hay, ésta debiera ser la era del mono, un vertebrado insolente y divertido; para mí, el animal más insufrible después del hombre que renuncia a su vocación de ángel. Maldita la gracia que me hacen uno y otro. Así que bendigo una vez más la lluvia, en mi nombre porque me gusta y me reporta paz al espíritu; en el de los demás, porque les hace bien, aunque no les guste. Pero ya sabemos que lo más habitual es querer lo que nos daña y menospreciar lo que nos beneficia. ¡Cosas de la irracional racionalidad!

“Rigoletto” es un canario que, desde hace muchos años, vive en una jaula en casa de mis padres (sigo diciéndolo así, aunque, para nuestro dolor, mi madre ya no esté en ella). En realidad, no es un canario, sino una canaria, pero cuando se enteraron, ya todos nos habíamos acostumbrado al indebido nombre. El caso es que “Rigoletto”, no sé si en rebeldía porque así lo llamen, ha puesto un huevo. Como no se le conoce pareja, ni aventura de ninguna clase, yo pienso que ha tenido un amor de memoria, una platónica pasión que le ha revolucionado el organismo. Pero tal vez lo que le ocurra es que no quiere morirse sin dejar un hermoso testimonio: la razón de la vida es amar, aunque no se tenga a quién, aunque no se encuentre quien te ame.

Llevo treinta y cuatro horas con un rumor en la cabeza. No un cotilleo pendiente de confirmación, sino un murmullo, un susurro constante, un ruido molestísimo. Algo así como el runrún del motor de un frigorífico viejo. Me acosa el oído izquierdo y, a veces, rebota hasta el derecho. Oigo mal porque los sonidos se amplifican y confunden entre sí. Estoy de mal humor, mirándome los saldos del alma, la almoneda del corazón. Llevo todo el día pensando en Goya, en la Quinta del Sordo, en las pinturas negras, particularmente en Las Parcas… No sé por qué Las Parcas... O, quizá, sí lo sé.

Menos mal que ha llovido. Menos mal que "Rigoletto" (o “Rigoletta”) me ha dado una lección de sencilla belleza.

sábado, 2 de febrero de 2008

La revelación del destino

Últimamente tengo ganas de muy pocas cosas, ¡de muy pocas!... Una de ellas es escribir en verso (?). ¡Qué le vamos a hacer!


Entonces quedará el destino,
la ordenación cabal, la lista
pormenorizada de todos
los hechos que sucederían,
que tendrían que suceder
bajo el compás de cada día.

Y todo será predecible
porque ya habrá ocurrido: dicha,
dolor, fracaso… Espada y lecho;
verbo y amor; melancolía…

Entonces, un minuto apenas
tendré para las profecías.

Se pondrá cárdena la tarde
y se nublarán las sonrisas,
los labios, los besos, los ojos,
las miradas... y las caricias…
y el cuaderno de la memoria...

Sabré –porque fui– qué sería,
qué tendría que ser al cabo.

Sucederá un último día,
un último minuto; solo,
en seria soledad estricta,
en un tiempo sin casi tiempo
de atarme el alma fugitiva.

Entonces… quedará el destino:
el mañana-ayer de la vida.

(febrero 2008)

Recordando a Papini

(He suprimido esta entrada porque era una majadería, y ni Papini se merece un recordatorio que sólo era un pretexto para escribirla, ni vosotros, amigos míos, tener que padecerla. Perdón si alguno la habéis sufrido, ha estado demasiado tiempo en el aire: no fue nada más que el descentramiento excesivo de otro día esquizoide).

viernes, 1 de febrero de 2008

Una visita innecesaria

Me han dado un susto de muerte. Estaba yo fumando un cigarrillo y de espaldas a la puerta, absorto en la molestia que, desde hace algún tiempo, me causo a mí mismo ('Heautontimorumenos', como me definió mi amigo Julio), esa fatiga de andar recorriendo el laboratorio de química orgánica en que estoy encerrado, y he oído un ruido, algo así como una palabra que se queda en la intención de serlo. He girado sobre el sillón y… Casi me caigo. Estaban allí. Los tres, netos y serios; bueno, sólo dos netos y serios porque el gato, ya sabemos, que tiene una ontología difusa que no deja ver claramente si sonríe o no sonríe, si está o ha dejado de estar vivo de una vez. Cosa curiosa es que mostraba una inadecuada actividad: se subía a la mesa, se lamía la pata delantera derecha, saltaba al suelo, curioseaba los libros de la balda inferior… Sin embargo, Hyde –ese que me presté de Stevenson– y el caballero ­–el inactual, el que robé a Azorín para llorar seguidillas una noche de sábado– me miraban con la quietud de los museos de cera.

Casi me caigo. No sabía qué decir ni si debía o no ser amable; o protestar simplemente por su inoportuna visita. Me he decantado por la cortesía: yo no soy Unamuno ni ellos Augusto Pérez. Ni soy su dios, ni son mi obra; sólo, un préstamo y un hurto. El gato me da lo mismo porque es prenda de experimento, y estoy seguro de que a Schrödinger le es indiferente cómo le trate. Los he invitado a sentarse, les he ofrecido una copa, un cigarro… He preguntado por Jeckyll a uno y por el enteco hijo de Monóvar al otro… ¡Nada! Han seguido de pie, netos y serios, mirándome con la frialdad de las estatuas de cera mientras el gato se acariciaba con mis pantalones…

Ya está bien de tonterías: no ha habido visita de nadie ni susto de nada. Ni entiendo a santo de qué viene tanto circunloquio. Si lo que quiero decir es que estoy harto de mí porque llevo la enfermedad de la contradicción en el alma; o que soy un embustero existencial; o que me gustaría ser esa especie de Marqués de Bradomín, que es el caballero inactual que amanece en las tabernas y escribe bajo las farolas sus inconfesables melancolías; o que desearía flirtear con el ser desde la indecisa vocación de un gato vitalmente ambiguo… Si eso es lo que quiero decir, no sé por qué no lo hago, simplemente, y me dejó de tantas zarandajas. Eso y un par de cosas más que he sido incapaz de arrancarme en doscientas setenta y una entradas y casi un año de masoquismo pseudoliterario.

jueves, 31 de enero de 2008

La verdad


No se hace la verdad. Ni se descubre. Ni se desvela.
Ni siquiera
se finge o se disfraza o se inventa…
¡O se sueña!
No se intercambia, no se acomoda, no se acuerda;
no es convención ni es trato, no es consecuencia.
Causa de nada a nada alcanza, a nada llega.
Nada produce, nada gana, nada renta…

Se defiende sin más… Casi siempre con tristeza.

(enero 2008)

miércoles, 30 de enero de 2008

Mal tiempo

Es incómodo el eneasílabo. Para mí por lo menos. Se me antoja un metro árido y frío, como de mal tiempo. Por eso, tal vez, no me gusta (ni el metro ni “mi” resultado en el combate). Pero me desafía, me arroja el guante cada vez que intento pensar con él. Y no puedo evitar enviarle a mis padrinos:


Hace mal tiempo aquí, del otro
lado de tu silencio, cerca
de las palabras que mendigan
ante la puerta de tu ausencia.

Cada día que pasa, cada
hora que a cada día niegas
la vocación de imaginarte
voz, alma, página entreabierta.

Hace mal tiempo y dolor hace,
y hace noche y hace tristeza
en este lado de la vida,
en esta provincia desierta
donde es la soledad, y el frío,
donde sólo las sombras cuentan.

Hielo y escarcha. Tengo el miedo
arruinado de las tormentas
sobre la piel de las preguntas
que no quiere acoger la tierra.
Y el trueno de la nada, el trueno
de tu silencio en mis acequias.

Hace tiempo que hace mal tiempo
ante la puerta de tu ausencia.


(enero 2008)

martes, 29 de enero de 2008

La luz, Durero y Sciascia

Entra un sol de atardecer cercano por la ventana izquierda del despacho. Me lo devuelve el suelo, brillante, recién fregado, al dolor de los ojos. Me inquieta la mirada. No sé por qué me viene a la memoria “El caballero, la muerte y el diablo”. No veo relación alguna entre este vacío, cotidiano y ahora luminoso, y el grabado de Durero. También me viene Sciascia, también esa pequeña y terminal maravilla suya, “El caballero y la muerte”. Es un rebote, como el de la luz hiriente, del sol al suelo, del suelo a mi daño. Ese “Vice”, no “Jefe”, sino “Vice”, fumador irreversible y con cáncer irremediable, que no muere de un diagnóstico sino de una consecuencia de la voluntad, es un arquetipo, un ejemplar extinto, para el que su acción, su quehacer, siempre es empresa, obligación que cumplir, tarea que culminar. Un ejemplar de los que piensan, de los que pensaban, que un minuto más de vida merece la pena si aún queda algo por hacer, lo que sea; porque el diablo, su negro poder, es el ocio: ¡esa obsesión por la pereza institucionalizada! ¿Impopular? Por supuesto. Y afortunadamente: nada me deprimiría más que decir algo “popular”. Hoy por hoy, el peso de la verdad se determina en proporciones inversas a la cantidad de sus defensores. Aunque, quizá siempre ha sido así, por eso la Historia es un error creciente.

Más que nunca se necesita al caballero, más que nunca a ese “Vice”, más que nunca a Don Quijote (ya doblaba Sciascia la debida obligación de su lectura)... A veces, hasta para inventar el amor, tan maltratado y comercial, tan circunstancial, tan egoísta… Y saber que la muerte esta ahí, como condición de todo, como posibilidad de todo, sobre su caballo viejo y cansado, como apoyando al diablo, como diciendo: “tu brioso corcel será nada, tu valor será nada, tu sueño será nada… Detén la voluntad que nada es su horizonte”. Y seguir, a pesar de todo.

Hay que tener madera de grandeza para cabalgar con la mirada indiferente del caballero, tal vez en una luz que no podemos ver, pero nos hiere; que no alcanzamos, pero nos hiere; que no podemos evitar… porque nos hiere. ¿Masoquismo? ¡Qué vulgaridad los diagnósticos! Nunca entenderemos que la voluntad, aunque nos mate, es la única provincia del hombre que limita con Dios.

lunes, 28 de enero de 2008

Del Aquinate a la “Educación para la ciudadanía”

No es mal día hoy, día de Santo Tomás, el Aquinate, patrón de los estudiantes, para dedicar algunas lágrimas a ese cadáver de la educación hogaño, por aquello de la fe grande, que fue su vida, y de la fe en nada, que es la nuestra.

Parafraseando la distinción kantiana entre filosofía académica y filosofía mundana, podría asegurar que en educación ocurre cosa parecida; esto es, hay una educación mundana y otra académica; o, si se prefiere, una educación estructural y otra estructurante. Lo lógico sería que aquélla y ésta fuesen de la mano; que la primera fuera tierra dispuesta y la segunda siembra y abono, porque, si eso no sucede, si una es charca y la otra se imagina semilla, el resultado es el mal olor de la putrefacción. Me dejaré de imágenes que luego no me entiende nadie.

La enfermedad de la educación actual es la esquizofrenia, el dualismo de personalidades que exhibe entre lo que es en las calles y lo que quiere ser en las aulas, entre los valores que se maman en el día a día y los que, angelicalmente, se pretenden predicar desde las tarimas, que es otra metáfora porque las tarimas hace muchísimo que no existen. La estructura social es violenta, egoísta, soez, grosera, perezosa, desnortada… y esa estructura social embarra el ochenta por ciento del tiempo semanal de los educandos. Algún espabilado, de esos que luego suelen legislar, concluirá inmediatamente: “hay que aumentar las horas de permanencia de los escolares en los centros”. Es lo mismo que les ha pasado durante años con “los medios”: “proporciónense más, redúzcase la ratio, háganse grupos flexibles, dótese de ordenadores, sírvase profesorado de apoyo…” Sin duda, sin duda, pero… ¿de qué sirven en la charca la azada, el arado y el abono?, ¿a qué conduce la siembra si cada día se echa más lodo en el pantano?

Por eso me ha parecido siempre una estupidez la “ardiente” polémica que se ha montado sobre esa asignatura, Educación para la ciudadanía, que en breve adornará la indiferencia de los escolares de 2º de E.S.O. Estupidez por el nombre, que es un dodecasílabo ampuloso y pleonástico (¿acaso hay alguna educación que no quiera encaminarse a la ciudadanía?); estupidez por quienes la conciben, que le conceden “una” hora semanal para contrarrestar el pantanoso efecto de las ciento sesenta y siete restantes; estupidez por quienes la discuten, que se piensan que sirve para algo… En fin, otro espectáculo de circo, con gladiadores incluidos, para distraer la “aburrida preocupación” del pueblo de Roma: ¡así parece que se confrontan ideas!

Mientras tanto, la televisión, y no sólo la televisión, sigue echando mierda, que no abono, a la ciénaga de cada día. ¡Ánimo, el futuro es nuestro!

Claro que, para enmendar esto, habría que creer, tener un poquito de fe en algún norte, ya casi da lo mismo en cuál... Permítaseme el escepticismo.

sábado, 26 de enero de 2008

Las seguidillas del caballero inactual

Para desengrasar, que ayer estuve espeso y, a lo peor, confuso. Galante y simple. Noche de sábado al cabo, que también puede ser fiesta de modo diferente. Me nació esta mañana de un recuerdo secuestrado.

Capa negra y sombrero de ala ancha. Voz ronca y copa de manzanilla, de la que pone color en las palabras y melancolías en la memoria. Medio alboroto en un bar, entre cutre y pintoresco, con olor a cerveza y cigarro en el aire. Afuera, la calle con los andenes de los besos a hurtadillas y un silencio con corona de faroles taciturnos. Noche de un sábado no posible, para un caballero inactual –que es título de Azorín y me quedo porque me gusta–, para un fantasma anacrónico que anda perdido en las calles de una ciudad que no existe, cantando seguidillas a unos ojos que no están, echando de menos un sueño que ya no tiene…


La noche me han robado
dos luminarias
que hacen guardia en la almena
de tus pestañas.

En la calle que vives
ya no hay faroles:
se los llevan tus ojos
a sus balcones,

cada vez que paseo
por la calzada
y se adorna la noche
con tu mirada.

Callejones oscuros
son avenidas
luminosas del alma
si tú los miras.

Y más vueltas que un tonto
doy por tu barrio,
él sin luz por tu culpa,
yo, desvelado.

Mi calendario duerme
con un deseo,
que querría ser mayo,
pero es enero.

Parpadea un momento,
que si te niegas
se desvelan mis pasos
sobre tu acera.

Y no es justo que pasen
de claro en claro
mis andares la noche
que le han robado.

(enero 2008)

viernes, 25 de enero de 2008

Fe, razón, ciencia, barbarie…

Me voy de mí. Creo que ya está bien, que llevo casi todo el mes con el “yo” cuesta arriba y el “yo” cuesta abajo. Así que, me voy, me aparco el empachoso narcisismo en cualquier parte, aunque esté prohibido, y me voy a la razón, ésa que presumo tener siempre, y no es cierto, y que sólo tengo a ratos, y es verdad. Y me voy a la razón para hablar de la fe, que no es un pío deambular por sacristías, sino una cuestión de física dinámica, un teorema de fuerzas motrices que hacen que el hombre funcione como es debido.

Engels se equivocaba: lo que mueve al hombre no “tiene que pasar necesariamente por su cabeza”, sino por su corazón. Yo puedo establecer con mi pensamiento una relación más o menos distante; sin ir más lejos, es lo que estoy haciendo mientras escribo esto. Como diría Ortega, en la creencia se está, mientras que las ideas están en nosotros; y hay una diferencia notable entre ser contenido y ser continente. Y es que las ideas no definen mi espacio ontológico en el mundo; mi fe sí. Por eso no puedo pensar mis creencias. Puedo quererlas, o temerlas, o llorar o morir por ellas. Sin embargo, nunca se me ocurriría morir por defender que la constante de gravitación universal es ese número tan capital y de tan extravagante insignificancia (6,6x10-11, más o menos). En realidad, los saberes de la ciencia, espero que nadie se moleste por ello, nacen, crecen y se desarrollan por mor de su utilidad. Las proposiciones científicas sin vocación, próxima o remotamente, instrumental tienen menos futuro que una sartén de cartulina; entre otras cosas, porque proposiciones así no se consideran científicas. Se le permiten a veces a la matemática, pero mirando de reojo a sus posibles desarrollos técnicos.

No creo decir nada nuevo, sólo pretendo constatar un olvido: la ciencia es verdadera o falsa si es o no útil, la creencia es inútil porque no es ni verdadera ni falsa. Sin embargo es la fuente de energía de aquélla. Si he dicho que se trataba de una cuestión de física dinámica, ha sido metafóricamente, para desterrar ñoñerías y chistes fáciles al respecto, no para darle entidad científica. Cuando la cultura occidental empezó a creer en cosas que podía pensar (¡ese pecado de la Ilustración!), no hizo sino poner los huevos de su naufragio: todo instrumento requiere para su eficacia de una energía ajena al instrumento; si aquélla se convierte en éste, ni éste puede ser éste, ni aquélla es realmente aquélla. Y entonces la razón, se vuelve sinrazón, inquietud moral, desorientación del alma, debilidad de su proyecto enfrentado a la barbarie, que no sabe, pero cree con una firmeza aterradora.

jueves, 24 de enero de 2008

Palinodia del charlatán

Ni una sola palabra ha sido innecesaria. Disfrazada tal vez. Quizá, torpemente enterrada. Pero no innecesaria. Los arqueros apuntan al aire; ni el impulso ni el ojo son superfluos, aunque el dardo sólo alcance la tierra inútilmente. Sólo él sabe por qué pensó en la garza o la paloma; sólo él sabe por qué eligió el momento de soltar la cuerda; sólo él sabe por qué quiso el error. La insistencia en éste se debe a que la pedagogía y los sueños son incompatibles. Lo mismo que las academias y las destrezas del alma. Pero ninguna palabra ha sido prescindible.

miércoles, 23 de enero de 2008

Soleares a una sonrisa

Como desagravio a esa barbarie “viril” (?) que ensucia los titulares de los periódicos.

A la sonrisa de las mujeres, que siempre nos dan la vida


Cada vez que te sonríes,
mira tú lo que me pasa:
se me va la gana triste

que es la gana de no hacer
las cosas como Dios manda
ni de quererme querer.

Corona tu risa al día
para que no se me enrede
la voz de melancolías.

Y me dejo de pensar
pesaroso, taciturno
mostrenco, calamidad.

Ocurre el cielo de pronto:
tú sonríes y yo cruzo
como un vencejo tus ojos.

Y algaradas de pestañas
sobre las dunas del día
me regalan tu mirada.

Yo no quiero que anochezca
esa sonrisa que pone
a la tristeza entre rejas.

Ni quiero que pase nunca
que me mires seriamente
como la pena a su culpa.

No dejes que las fronteras
de esa alegría se cierren
por la culpa de mis penas.

Que si sonríes, se mueren,
se secan de puro tontas
por tanto rumiar ayeres.

Pongamos que entre tú y yo
hubiera sido posible
lo que nunca sucedió.

Pues tanto da que no fuera:
si te veo sonreír,
es como si sucediera.

Hay que ver lo que me pasa:
¡sólo porque te sonrías
me dan de vivir las ganas!

(enero 2008)

martes, 22 de enero de 2008

El charlatán, la ciencia y la ética

Al diablo con la jerga que no tiene que pasar horas larguísimas observando la inmensidad terrena en que pace, reunida en un fotograma excelente en su temporal soledad (lo "único" siempre es lo universal). Una comparación justa sólo puede hacerse entre dos totalidades equivalentes hasta el cabo de su última caricatura de ladridos, que, antes de que se inventaran los mecheros de usar y tirar, algunos utilizábamos…

Estoy desolado. El aberrante párrafo anterior es mi contribución particular a la experimentación genética, el ejercicio de un aburrido Doctor Frankenstein que esta tarde ha recorrido el cementerio de sus apuntes y ha exhumado diferentes miembros de distintos cadáveres. El resultado ha sido ese individuo en cursiva del principio, ese monstruo de teselas literarias que se queda a mitad de camino entre una críptica reflexión y un ácido prefacio más o menos surrealista. Parece que quiere decir, parece que va a decir, incluso no suena del todo mal… ¡Y no son más que renglones cogidos al azar (ojos cerrados, puntero del ratón en ristre) de algunas entradas de la Primera y Segunda estación!

Estoy desolado. Cuando uno escribe con tan “flexible polivalencia”, es que uno no dice realmente nada; o dice cualquier cosa, que es lo mismo, o peor, que no decir nada. Pero además, estoy preocupado. Sí, francamente preocupado. El azar puede dar sentido a las combinaciones o negárselo, o prestárselo sólo en apariciencia, o medio dar, medio quitar. Estoy pensando en los laboratorios de verdad, en las estanterías de probetas y las cátedras de palabras, en las permutaciones, variaciones, alteraciones, eliminaciones… de esos renglones de la vida (humana en este caso) que llamamos genes. Estoy pensando en la tentación de jugar, como yo esta tarde, con la disposición y el orden de aquéllos: el producto puede ser un monstruo sin alma, o con la mitad del alma, o con solo dolor y una tristeza sin significados, o con un vacío aterrador en la mirada... Estoy pensando en quienes dicen que la investigación científica no tiene por qué someterse al tribunal de la ética.

Como yo, que, a lo peor, sólo soy un charlatán polivalente, un laboratorio de palabras que, se coloquen como se coloquen, siempre parecen decir, o querer decir, o ir a decir… Y no dicen nada.

Debo plantearme seriamente si deben anochecer de una vez estos atardeceres.

lunes, 21 de enero de 2008

La geometría y la vida

Dos rectas dibujadas en el mismo plano son paralelas cuando los puntos de ambas se mantienen a la misma distancia; convergentes cuando la disminuyen; divergentes cuando la aumentan…

Más o menos así lo canturreaba, en esas machadianas tardes de lluvia tras los cristales, la Señorita Eloísa (todavía no se había inventado lo de “seño”), que, naturalmente, no era señorita, sino Señora, y que entonces me llenaba la cabeza de geometría y hoy el corazón de nostalgia. Después, y como ejemplo, dibujábamos en un cuaderno con hojas cuadriculadas dos rectas paralelas y una secante a ambas; y sobre ellas, los nombres correspondientes. Al trazarlas, recuerdo que imaginaba siempre los puntos no visibles como si fueran un señor pequeñito y distante que caminaba sobre el papel y dejaba un rastro de grafito. En algún lugar se encontraba con otro señor, distante y pequeñito, y luego se separaban para siempre. Los de las paralelas tenían peor suerte porque no se cruzaban nunca. Por aquello de que uno debía de ser ya obsesivamente platónico, me molestaba sobremanera que las líneas fuesen de distinta longitud, que una de las que divergía resultase más larga que la otra. No sé, en realidad, si por platonismo perfeccionista o por intuición de ese dolor que nos crece cuando el reguero de grafito es, de verdad, la vida de alguien cuyo punto se halló con nuestro punto un tiempo, que invadió el inextenso espacio de unos cuantos ayeres de nuestra memoria y siguió luego, bajo el trazado de un Dios que dibuja geometrías en el alma, su curso irreversible. Hasta que un día, un día como hoy, luminoso y de repente triste, nos dijeron que la otra línea, la inevitablemente divergente, se había matriculado para siempre en sombras y soledades.

La mía sigue, amigo Salceda (alumno primero, compañero después, maestro más tarde de una de mis hijas, interlocutor ahora de ésos que se me van haciendo habituales en mi provisional espera), Dios sabrá por cuánto tiempo. Un Dios que se empeña en dibujar como a mí tanto me molestaba, que alarga unos trazos e interrumpe tempranamente otros, que nos hace incómoda la geometría y la vida dolorosa. Claro que yo sólo soy un punto que protesta; seguramente tú puedes ver ahora el diseño divino de su perfecto cuaderno.

Un abrazo, sombra amiga, nueva soledad interlocutora, desde este plano sombrío y desconcertante que es la vida.

sábado, 19 de enero de 2008

La inquietud de Turandot

…conosco il nome dello straniero!
Il suo nome è...


–Todo puede ese nombre, a todo alcanza
ese nombre. Negad el sol al día;
negad el día al día, la agonía
de la noche negad y la esperanza

del alba al valle, al cielo su mudanza...
No madruguen las aves su alegría.
No amanezca jamás: ¡larga vigía!...
–Y un nombre al que robar su adivinanza.

No es un dios, es un hombre, sólo un hombre;
¿o es un dios que en soledad desvelas,
que vive en ti, que tu soñar conforma?

­–Ese nombre jamás, nunca ese nombre.
Multiplicad la noche en centinelas.
Vigilad la vigilia… Nessun dorma!


(enero 2008)

viernes, 18 de enero de 2008

Sólo para iniciados

Me ha dejado el día con la palabra en la boca. Últimamente lo hace con frecuencia. No sé por qué, ni qué habré hecho para merecer estos desplantes. El caso es que me mira cuando empiezo a querer decirle algo, se da media vuelta y pega un portazo en el Oeste. Y me deja todo el cuarto anochecido… Y las palabras a tientas golpeándose con los muebles hasta que logran encontrar un interruptor que lo único que consigue es falsificar claridades.

Creo que se han cansado de mí las tardes y sus medias luces. En el fondo lo entiendo: yo que yo, quiero decir, yo que ellas haría lo mismo. De hecho, me estoy entrenando. Porque la verdad es que sé lo que sucede. En realidad lo he sabido siempre; como los iniciados en el silencio y los renglones a contraluz.

jueves, 17 de enero de 2008

Hablando con soledades

Será tal vez porque enero se presta a ello, por ese desamparo de enero. Será por el frío, pura retórica de los termómetros este año. O será porque yo soy, como dije, un ejecutor descarado de la gana triste, quién sabe si para contrarrestar la gesticulante hipérbole de los disfraces de cada día, ese carnaval del mundo en el que, todo hay que decirlo, uno participa con exquisita ortodoxia. O será por todo eso por lo que últimamente hablo tanto con tantas soledades, que son como los vanos del silencio, seres amados que nos dejaron su vacío en las palabras y se hicieron después palabra en la memoria para llenar nuestros vacíos. Son soledades que aumentan con los años, como una renta vitalicia a la que enero aplica un IPC cruel e indefectible. Y, naturalmente, el IPC no deja de aumentar, y cada doce meses nos abona el puntual ajuste en nuestra nómina de ausencias.

Tal es la pensión que nos deja la edad. Todo depende de la cantidad de sentimiento que hayamos invertido en la vida. A eso llamo generosidad; y a mí me parece rentable. A pesar del silencio, a pesar del desamparo, del frío y del abandono, a pesar de que se llene el cuarto de uno de sus muchos vacíos, a pesar de enero y su cruel IPC…, merece la pena sentir hasta la extenuación del alma. Aunque invertir corazón, siempre rente soledades, ésas que son los vanos del silencio. El egoísmo, sin embargo, sólo produce una soledad muda y terrible.

miércoles, 16 de enero de 2008

Confesiones o El gato de Schrödinger sólo fue uno

El cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí
E. Kant


Ahora debo empezar por donde nunca
a empaquetar memorias aplazadas
por no sé qué ecuación de qué maldito libro
que se ha quedado en signo impertinente,
en número que insulta a la verdad,
en cifra irracional, en radical de olvidos.

Debo ahora colocar las cosas donde siempre:
bajo mis pies, la tierra todavía;
tras de mis ojos, el suceso oculto;
el lacrimal de orillas pantanosas
que se traga hasta el alma,
junto al pilar del puente de mis gafas.
Y un breve sinsabor en las esquinas
de todas esas calles en que nadie aguardaba
cuando era el día del prodigio en punto.

Es hora de ordenar la poca paz que queda
en los cuatro rincones de este cuerpo,
dejarse de idioteces y empujar la vida
como todos los dioses que jamás lo han sido.
Y no invitar a Planck ni a Schrödinger a casa,
y no tomar café con Everett ni Heisenberg.
De ahora en adelante, de adelante en siempre,
repetirme que el mundo es la escena rigurosa
de Newton y de Kant y yo el rigor de mí,
la obligación de ser quien debo ser,
bajo el cielo estrellado e inalcanzable.

Es hora de dormir y no soñar con nada;
o soñar con dormir y dormir… eternamente,
para que de una vez me tome la paciencia
de seguir siendo yo sin concesiones;
me guste o no, me quiera o no me quiera.
Lo mismo que las cosas que coloco
en su sitio de siempre, sin preguntas,
sin que nada me importe lo que digan
cincuenta y siete sueños que dejo a las espaldas.


(diciembre 2007)

martes, 15 de enero de 2008

La gana triste

A veces, no siempre, me gustaría tener cierto aire frívolo: le sentaría bien al aire y a mí. No sé de qué me viene esta pesantez del pensamiento. Tal parece que esas cinco o seis ideas, que por aquí andan, se tuviesen en altísima estima, se pensasen a sí mismas con severa gravedad, víctimas de la traición de la homonimia. Quiero decir, que “grave” es, según el diccionario del templo de nuestra lengua, lo grande, lo de mucha entidad e importancia, pero también, en su primera acepción, simple y llanamente, lo que pesa. Pues aquí es donde debe de hacérseme un lío el alma, que, de tanto pretender la mucha entidad, acaba en mármol, losa o vulgar piedra, no de riñón, sino de dolor en el cráneo.

Para qué voy a engañarme: soy un pesado, un agorero, un cascarrabias, un insufrible predicador de desencantos; una fatiga incansable… Sin querer, me ha salido un ejemplo: ¿cómo se puede hablar de ausencia de cansancio en la fatiga?

Me gustaría, no siempre, de vez en cuando, ser un poco frívolo. Ponerme el mundo por montera y, después de una faena de torería impecable con el toro de la seriedad, saludar desde los medios; o cortarle una oreja al morlaco de las melancolías; o recibir a puerta gayola, de rodillas ante los chiqueros, a esas jaboneras filosofías de tres al cuarto de que tanto abuso. Me gustaría hacer sonreír a ese espectador del tendido de sombra que se aburre con el abuso de mis espesos y enredados “naturales”.

No sé de qué me viene, ni si será o no un gen amorfo… Pero, ahora que lo pienso, si esto creyera, me estaría abandonando a los “determinismos” que tanto critico. No quiero contradicciones. Tengo toda la culpa: soy un plasta porque me da la gana triste, porque elijo la indecencia de contemplarme. Lo siento; pero os juro que, en mi fondo, vive el bufón que me merezco.

lunes, 14 de enero de 2008

La vejez de Jano



La mañana era y la tarde.
Y yo miraba la tarde y miraba la mañana.
Y era yo la luz del arco de la mañana a la tarde.

Estaba jugando un niño, sólo un niño, al escondite.
Yo le pregunté de quién se escondía, a quién buscaba:
De mí me escondo y me encuentro si me aburro de buscarme.

Era el orto y el ocaso;
pero sólo una mirada entre el ocaso y el orto.

Cruzaba un hombre corriendo delante y detrás del aire,
alborotando la espalda sombría de las aceras.
¿De quién huyes? ¿A quién sigues?
Me sigue a quien sigo: nadie.

Era el principio y el fin, la madrugada y la noche.
Y yo sin saber por qué era el fin y era el principio.

Un anciano revolvía las papeleras de un parque;
y lloraba mansamente.
Le pregunté qué buscaba:
Un niño he perdido, un niño con quien no podré encontrarme.

Era un dios pequeño y triste,
un casi no dios de humano, de puro humano y dolido,
de puro insignificante.

(enero 2008)

domingo, 13 de enero de 2008

De la memoria oscura a la culpa

He hablado en varias ocasiones de ella; no recuerdo haberlo hecho de su terribilidad. Sí que ha asomado su rostro amable, y doloroso a veces, de reencuentro con uno mismo. Pero no referida al espanto que también acarrea. De esta memoria espantosa he dicho poco, casi nada, casi nunca de su lado más nefando, de su meridiano de remordimiento oscuro, del que nada sabemos, aunque exista en la última sección de nuestro encéfalo: ese flujo sombrío que hace del loco un psicópata infame, ese suelo de brutalidad que llevamos por debajo de la vocación de bien. Un campo embrutecido en que arraigaron, en edad temprana, tres o cuatro preceptos acerca de lo bueno y de lo malo, de lo debido e indebido, de lo que habría o no de hacerse si tal cosa ocurriera. De esa memoria surge un criminal de prostitutas; un ejecutor cualquiera de venganzas, resentimientos o pasiones inconfesables; un iluminado en mal paridas sectas; un ideólogo de horrores a la sombra de una bandera o una creencia indigesta; un egoísta miope de alteridad… No es de la fe, ni de la convicción, ni de los sueños de lo que hablo. Me refiero al detritus de todo eso, al substrato de su descomposición, a lo que queda de ello cuando la voluntad de bien cede terreno o a lo que fue todo ello antes de que la voluntad de bien lloviese sobre su potencia. Y esa memoria en bruto genera culpables, responsables de desecar o impermeabilizar sus campos para evitar que germine la bondad posible. No equivocados, no enfermos, no víctimas de pretéritos hostiles, no engañados por el magisterio de la adversidad: el criminal es dueño de su maldad, no al revés.

Hablar de responsabilidad es coherente si uno verdaderamente hace de la libertad el bien más alto, si uno se atreve a afirmar que la voluntad está por encima del sistema nervioso, de su red de mecánicas neuronas, de ese campo electrificado que invade una víscera grisácea de diseño barroco; si uno siente la grandeza de creer, o de querer por lo menos, que el hombre sea una intención de altura.

Es coherente, es inevitable, que nos digamos culpables si no tenemos el arrojo de vencernos a nosotros mismos.

viernes, 11 de enero de 2008

Sonido a contraluz



Lo escuché a contraluz –si hay un sonido
que suene en modo así de contrariado–;
acaso una palabra en mal estado
a punto de no serlo, o ser su olvido.

No sé qué fue, ni sé lo que he perdido.
Tal vez era el tictac abandonado
de un reloj contra el tiempo, o el desairado
latir de un verbo que no halló sentido…

Tiendo alertas, a veces, por la tarde
a ver si se repite y recupero
esos timbres que al cabo hacen al hombre:

un decir que le niegue que hoy es tarde,
un vivir que le diga por entero...
Una voz que lo llame por su nombre.

(enero 2008)

jueves, 10 de enero de 2008

Latitud de olvido



Cuando nada se espera,
cuando sabemos que no podemos esperar
nada ajeno a la nada,
cuando negamos a la voluntad
la decisión espuria de salvarnos,
hasta el silencio tiene virtud de compañía,
hasta la luz que estorba el horizonte
de la noche dispone claridades,
configura esperanzas.

Aunque sepamos que no nos salvarán esas señales.

Aunque sepamos espejismo los signos no posibles.

Aunque la tierra amada sea un sueño
y la nave esperada sea aquélla
que halla su puerto en latitud de olvido.

(enero 2008)

miércoles, 9 de enero de 2008

El llanto del filósofo

Algún tipo de ser tiene que ser el vacío. Por eso quizá ríe Demócrito, porque todo sucede a pesar de la prudencia de Parménides que nos quiso llenar la cabeza de firmezas y eternidades. Pero el vacío es el ser enajenado, el ser-casi-no-ser que permite andar danzando caprichosamente a los estúpidos átomos, el ausente consistir en que consisten los mundos innumerables.

A veces pasa el vacío por el alma para envolver las horas con un querer absurdo y malquerido. Un querer que no quiere quererse y no puede dejar de hacerlo, un querer que se desfonda, que se distancia de sí, que se invalida o se ningunea; que no quiere entenderse porque en el fondo se sabe. Y entonces los días, tan llenos de cosas y atropellados sucesos, descubren que el mundo transcurre en la vaciedad de uno, y que el azar impone su flujo antojadizo, la ley inexplicable por que todo, no obstante, sigue ocurriendo: el ademán, la sonrisa, la ocupación preocupada, el escenario extranjero de la vida… Y llega el mediodía y poco después la tarde, y después de poco después la noche. Pero no tiene el cuerpo el detalle de un momento pararse, de detenerse un punto para preguntar dónde se habrá metido el alma a que está acostumbrado.

Pobre alma prescindible, tan necesaria al cabo; vacío entonces para la danza de los hechos estúpidos, siempre receptáculo y posibilidad para que no cese el mundo en su fluir indiferente. Llora, tal vez, Heráclito por eso.

martes, 8 de enero de 2008

El amor y la feniletilamina

Para Lola e Inma, por una discusión inacabada


Todo golpe produce una vibración de las moléculas del aire. Una onda, por tanto; en consecuencia, un ruido. Si la frecuencia de aquélla alcanza un mínimo, nosotros captamos un sonido; o mejor dicho, reaccionamos ante dicho estímulo convirtiéndolo en esa sensación que, al parecer, ha funcionado adecuadamente para nuestra supervivencia en este rincón azul que tratamos tan mal. La ciencia, la física en este caso, no puede pasar de ahí. No puede y no debe intentarlo. Ni creo que se le ocurra. Entre otras cosas porque pondría a la misma altura las sinfonías de Beethoven y la insoportable taladradora de mi vecino de arriba, que es un “bricoman” compulsivo.

¿Es el amor un problema de química similar a esos “ajustes de reacciones” que tantos quebraderos de cabeza provocan en algunos escolares (digo “algunos” porque a la mayoría no le provoca nada)? Rotundamente, no. Aquí sucede lo que con el ruido, el sonido y la música del caso anterior. Ni la feniletilamina (¡Dios mío, qué palabra tan difícil de pronunciar!) ni la serotonina (ésta es más fácil) me parecen desempeñar un papel diferente al de la vibración de las moléculas del aire: su condición de presencia cumple la tarea científica de exponer regularidades acerca de los fenómenos. Nada más. Insistir en que el amor consiste en la producción desbocada de feniletilamina, es lo mismo que asegurar que la “Pastoral” no es sino la agitación de un fluido matemáticamente equilibrada. Las dos afirmaciones son ciertas y tienen razón, pero no son su verdad. Y, como decía Unamuno, lo del hombre es tener verdad, no precisamente razón.

Para salir de dudas, si lo que se pretende es entender el amor, me parece preferible visitar a Petrarca, o a Ausias March, o a Garcilaso, o a San Juan de la Cruz (éste por otras alturas), o a Lope, o a Quevedo, o a un ejército de ausentes que no puedo enumerar por razones de espacio.

Ceniza..., sentido…, polvo enamorado… ¡Vamos, a años luz de la dichosa feniletilamina! Y evito el “…quien lo probó lo sabe”, precisamente por eso, porque lo sabemos todos.

lunes, 7 de enero de 2008

Eva, Pandora y las amebas

Pandora abrió la caja de los horrores por curiosidad, Eva mordió la manzana de nuestros descalabros por ambición. Ambición y curiosidad, si bien se miran, tienen más de virtud que de defecto, sólo hay que moralizar la primera y sanear la segunda. Es más, sin una y otra nunca hubiéramos bajado del árbol. Quiero decir que, a pesar de la opinión más extendida, el papel que se le asigna a la mujer en ambas tradiciones es de lo más granado en lo que a potencias de la racionalidad se refiere. No así el de sus respectivas parejas. Cuando de niño me hablaban en “Historia Sagrada” de Adán, debo reconocer que me lo imaginaba un poco tontorrón, buena gente, sí, pero simple hasta decir basta. En el caso de Epimeteo, no es la candidez lo que llama la atención, sino la flaqueza libidinal; vamos, eso que en el repetidísimo chiste sobre los varones dicen que “llena nuestros pensamientos”; menos mal que Prometeo, nos salva: a fin de cuentas, él no se fiaba un pelo.

No entiendo, por tanto, de dónde ha salido esa rarísima hermenéutica de que las tradiciones literarias más remotas avalan el machismo y la sociedad patriarcal. Tal y como yo lo leo es justo al revés: lo que la mujer representa en ellas es la inquietud, la insatisfacción, el deseo de ir más allá, la necesidad imperiosa de saber… El hombre, sin embargo, es un simple acomodado o un instinto obsesivo (cercano al mandril, por ejemplo), siempre dispuesto a decir amén. Pero la maldad, cándidos hermeneutas, es otra cosa.

En realidad, yo creo que la maldad es asexuada, que se reproduce por bipartición, como las amebas, que es una forma de ganarse la perpetuidad bastante cómoda, y peligrosa por cierto, porque donde hay una, es fácil que muy pronto aparezcan dos; y donde dos, cuatro; y así sucesivamente. Más vale que nos dejemos de demonizaciones intersexuales y nos dediquemos a las amebas, que lo único que hacen es clonarse de modo indefinido.