lunes, 11 de febrero de 2008

La sabiduría de los pájaros

En la confluencia de la calle Nazario Calonge y la M-216, en San Fernando de Henares, hay una rotonda y una especie de huerto rodeado de muros altos y encalados. De uno de sus laterales emerge la copa de un olmo portentoso que, en estos días de invierno desconcertado y esplendente, sigue exhibiendo su famélica desnudez. No sé qué tiene este olmo a las tres de la tarde que, a diario, convoca una alegre asamblea de pájaros invisibles. Y digo invisibles porque literalmente lo son: por más que miro y remiro entre sus ramas no he conseguido ver jamás ninguno.

Me tiene inquieto la sombra escandalosa de esa alegría. Aminoro la marcha del coche, bajo la ventanilla, me pitan los impacientes, que tienen más prisa que curiosidad… ¡Nada! No hay cuerpo, no hay volumen, no hay criatura que justifique el gozo que se levanta desde ese árbol. Siempre me acuerdo de Juan Ramón: Cantan, cantan. / ¿Dónde cantan los pájaros que cantan?... Porque eso es lo que hacen: cantar anónimamente, corear de incógnito, con franciscana humildad, la plenitud azul de los días luminosos de este febrero que parece tener intención de primavera.

¡Ah!, se me olvidaba: el huerto, rodeado de muros encalados y altos, es un cementerio modesto y recoleto, una provincia de silencio con un perplejo altar de alegría. ¿Sabrán más de la muerte los pájaros que nosotros?

4 comentarios:

Anónimo dijo...

"¡Y seguirán los pájaros cantando!" Hermoso.

Antonio Azuaga dijo...

“…en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado…”
Así es.

samsa777 dijo...

Fantástica descripción. Aunque la tomes del natural, tú también manejas con soltura la alegoría...

Un abrazo

Antonio Azuaga dijo...

Gracias, Fran. A veces es el mundo el que se pone alegórico.