domingo, 3 de febrero de 2008

Saldos del alma

Por fin ha llovido. Hoy tenía Madrid esa cara seria de los días grises. Ya se sabe que a mí me gusta la seriedad: me produce fatiga el enfermizo afán de nuestro tiempo por la diversión y el chiste. No sé si hay eras en el horóscopo chino; si las hay, ésta debiera ser la era del mono, un vertebrado insolente y divertido; para mí, el animal más insufrible después del hombre que renuncia a su vocación de ángel. Maldita la gracia que me hacen uno y otro. Así que bendigo una vez más la lluvia, en mi nombre porque me gusta y me reporta paz al espíritu; en el de los demás, porque les hace bien, aunque no les guste. Pero ya sabemos que lo más habitual es querer lo que nos daña y menospreciar lo que nos beneficia. ¡Cosas de la irracional racionalidad!

“Rigoletto” es un canario que, desde hace muchos años, vive en una jaula en casa de mis padres (sigo diciéndolo así, aunque, para nuestro dolor, mi madre ya no esté en ella). En realidad, no es un canario, sino una canaria, pero cuando se enteraron, ya todos nos habíamos acostumbrado al indebido nombre. El caso es que “Rigoletto”, no sé si en rebeldía porque así lo llamen, ha puesto un huevo. Como no se le conoce pareja, ni aventura de ninguna clase, yo pienso que ha tenido un amor de memoria, una platónica pasión que le ha revolucionado el organismo. Pero tal vez lo que le ocurra es que no quiere morirse sin dejar un hermoso testimonio: la razón de la vida es amar, aunque no se tenga a quién, aunque no se encuentre quien te ame.

Llevo treinta y cuatro horas con un rumor en la cabeza. No un cotilleo pendiente de confirmación, sino un murmullo, un susurro constante, un ruido molestísimo. Algo así como el runrún del motor de un frigorífico viejo. Me acosa el oído izquierdo y, a veces, rebota hasta el derecho. Oigo mal porque los sonidos se amplifican y confunden entre sí. Estoy de mal humor, mirándome los saldos del alma, la almoneda del corazón. Llevo todo el día pensando en Goya, en la Quinta del Sordo, en las pinturas negras, particularmente en Las Parcas… No sé por qué Las Parcas... O, quizá, sí lo sé.

Menos mal que ha llovido. Menos mal que "Rigoletto" (o “Rigoletta”) me ha dado una lección de sencilla belleza.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Pobre Rigoletto, que lo encierras entre comillas, como si no tuviese suficiente con una jaula! Aquí no llovía, pero el sol era de domingo; es decir, un poco desangelado por la tarde. He visto rebaños de ovejas, con alguna cabra entre medias. También he visto un larguísimo acueducto romano, o lo que queda de él: arcos que reaparecen y desaparecen en medio de la nada. Súmalo a la sencilla belleza de que hablas y que las parcas se dediquen a sus goyas.

Antonio Azuaga dijo...

¡…Y que los “goyas” se dediquen a sus “parcas”!
Todos los soles de domingo son desangelados: creer en un Dios que trabajó seis días y descansó uno demoniza a una “especie” que quiere descansarlos todos. No me extraña que el sol de los domingos se sienta un poco decepcionado; yo creo que ni quiere ser domingo, le da pereza ser “fiesta” porque sus beneficiarios han creído que sólo el último día tenía sentido.
Y tienes razón en las comillas, pero también nosotros, platónicamente hablando, estamos entre ellas, hasta… Bueno, ¡ya sabes!
¡Ah!, "sumo" los arcos que "desaparecen en medio de la nada". Es verdad: son la vida del hombre que quiere llegar... ¡al otro lado!