miércoles, 27 de febrero de 2008

Más firme, más neta, más buena

Me preocupó cuando lo leí, aunque, sin duda, yo no llegaré a vivirlo. Parece que los días de las Olimpiadas están contados; o, mejor dicho, los días de los récords de las Olimpiadas, sic transit... Los estudiosos, que no pueden estarse quietos, han realizado un pormenorizado análisis de las 3260 marcas registradas desde 1896, que es cuando el barón de Coubertain resucitó este maravilloso espectáculo, y la conclusión ha sido demoledora: a partir del 2060, se acabó lo que se daba, ni un récord más, habremos llegado al límite de nuestra potencialidad muscular. El más lejos, más alto, más fuerte tendrá que ser, como mucho, un tan lejos, tan alto, tan… Vamos, una pena.

Esto de mirar atrás y comprobar que nunca haremos algo mejor que quienes nos precedieron tiene que ser desalentador. Es un terreno abonado para convertir en semidioses a los antepasados. A lo mejor, es lo que sucedió en la Grecia de siempre. Tal vez, hubo un pasado, ignorado por nosotros, en el que eso ya ocurrió. Y entonces tuvieron que volver a empezar. Y se consideraron a sí mismos sólo hombres; y a los otros, héroes, inmortales, del otro lado… A lo mejor, por eso es por lo que les gustaba tanto lo del eterno retorno, que podría ser una opción meritoria, también para nosotros, a partir del 2060.

Pero podríamos hacer algo más, podríamos hacer algo nuevo, radicalmente nuevo y revolucionario. Podríamos inventar los Juegos Olímpicos de la Moral. Que yo sepa, no hay ningún precedente (los hay de saberes del hombre, pero eso es razón teórica); y si lo unimos a la “prioridad técnico-moral” del otro día, nos saldría un ser humano al que, ni en broma, reconocería ya ninguno de sus primos chimpancés. Estos juegos tendrían pruebas como las 400 horas vallas de honradez, en la que los atletas de la razón práctica deberían superar, durante 16,6 días, todo tipo de obstáculos (tentaciones, diríamos hoy) con su fornida rectitud; o las 100 horas lisas de veracidad, que los pondría ante el dificilísimo récord de ser radicalmente auténticos en cuatro días y poco; o, la prueba reina, la Maratón de la Justicia, que los enfrentaría, ni más ni menos, que a 42,195 días siendo justos…

Creo que entonces la gente no se limitaría a salir en chándal para correr por los parques. Creo que ya no sólo querríamos tener el músculo fuerte y el corazón en forma: entonces, desearíamos también un alma vigorosa y grande… Más firme, más neta, más buena.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Los santos, Antonio, poseen las marcas de esas disciplinas, y también parecen insuperables.

Antonio Azuaga dijo...

Gracias, Julio, por el apunte; pero los santos no “juegan”, y ahora que todo es deportivo (en política, por ejemplo, los líderes celebran “partidos-debate”, con récords de audiencia y resultados de 1 a 2 ó 2 a 1, a pesar de que uno lleve cuatro años sabiendo a qué juega el equipo local y a qué el visitante), no estaría de más considerar mi propuesta; incluso por los que puedan pensar que la santidad no es más que un paralelismo etéreo con los semidioses griegos a que me refería.
Por cierto, el récord de récords, según San Anselmo y otros, lo tendría Dios.