lunes, 4 de febrero de 2008

El hombre del teléfono

Todas las tardes a eso de las siete cruzaba la calle de Pechuán. Era un hombre de cierta edad (entonces, hubiera dicho "mayor", hoy prefiero el circunloquio eufemístico, ¿por qué será?...), mal trajeado, pelo gris, gesto de mal humor congénito. Tenía unos andares peculiares y asimétricos: la pierna derecha con una zancada bastante más larga que la derecha, creo que por un problema de cadera. No era cojo, pero lo parecía.

Todas las tardes, a eso de las siete y dos minutos, entraba en el bar “La Plaza”. Pedía una caña y una ficha de teléfono, entonces había teléfonos públicos en los bares y unas fichas redondas, como pesetas acanaladas, que permitían el servicio. Estaba un ratito hablando, gesticulando ostensiblemente incluso. Luego colgaba y se bebía de un trago la cerveza.

Todas las tardes, a eso de las siete y veinte, volvía a cruzar en sentido contrario la calle de Pechuán y se perdía por la de Gabriel Lobo, cuando Gabriel Lobo llegaba hasta donde ya nadie sabe, como una sombra irreal…

Años después me enteré de que aquel pobre hombre estaba loco, que marcaba siempre el mismo número y nunca su última cifra, que el dueño del bar le conocía de toda la vida, que aquella apasionada y gesticulante conversación era con un silencio inmenso y triste, era con una sombra imaginada…

La verdad, no sé por qué me he acordado hoy de este hombre.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ayer precisamente me contaban de una niña que en el patio y a la salida del cole simula que la llaman al móvil y mantiene largas charlas y risas con un menganito imaginario para que no la llamen pringada. Es peor. El loco al menos cree que hay alguien al otro lado.
Aunque ese número que no marca...
Es un hilo muy finito el que separa la cordura y la locura, incluso es posible que coexistan: cuerdísimo para no marcar el último y loquísimo para charlar con nadie. O viceversa, vete a saber. Igual prefería hablar con nadie.

Antonio Azuaga dijo...

Desde luego es infinitamente peor el caso de la niña: ella lo hace por presión de los otros, porque les parezca a los otros que es verdad, por no “desengancharse” de la corriente de los demás. El supuesto loco, sin embargo, llama por justo lo contrario, precisamente para romper con cuantos le rodean.
También es cierto que “ese último número” llena de sospechas su exótico proceder. Como dices “igual prefería hablar con nadie”… O, simplemente, tenía miedo de marcar ese dígito y que se le rompiera el sueño puntual de todas sus tardes. Yo creo que era por eso... y no estaba loco, sino herido.
Gracias, “Pasaba por aquí”.