martes, 22 de enero de 2008

El charlatán, la ciencia y la ética

Al diablo con la jerga que no tiene que pasar horas larguísimas observando la inmensidad terrena en que pace, reunida en un fotograma excelente en su temporal soledad (lo "único" siempre es lo universal). Una comparación justa sólo puede hacerse entre dos totalidades equivalentes hasta el cabo de su última caricatura de ladridos, que, antes de que se inventaran los mecheros de usar y tirar, algunos utilizábamos…

Estoy desolado. El aberrante párrafo anterior es mi contribución particular a la experimentación genética, el ejercicio de un aburrido Doctor Frankenstein que esta tarde ha recorrido el cementerio de sus apuntes y ha exhumado diferentes miembros de distintos cadáveres. El resultado ha sido ese individuo en cursiva del principio, ese monstruo de teselas literarias que se queda a mitad de camino entre una críptica reflexión y un ácido prefacio más o menos surrealista. Parece que quiere decir, parece que va a decir, incluso no suena del todo mal… ¡Y no son más que renglones cogidos al azar (ojos cerrados, puntero del ratón en ristre) de algunas entradas de la Primera y Segunda estación!

Estoy desolado. Cuando uno escribe con tan “flexible polivalencia”, es que uno no dice realmente nada; o dice cualquier cosa, que es lo mismo, o peor, que no decir nada. Pero además, estoy preocupado. Sí, francamente preocupado. El azar puede dar sentido a las combinaciones o negárselo, o prestárselo sólo en apariciencia, o medio dar, medio quitar. Estoy pensando en los laboratorios de verdad, en las estanterías de probetas y las cátedras de palabras, en las permutaciones, variaciones, alteraciones, eliminaciones… de esos renglones de la vida (humana en este caso) que llamamos genes. Estoy pensando en la tentación de jugar, como yo esta tarde, con la disposición y el orden de aquéllos: el producto puede ser un monstruo sin alma, o con la mitad del alma, o con solo dolor y una tristeza sin significados, o con un vacío aterrador en la mirada... Estoy pensando en quienes dicen que la investigación científica no tiene por qué someterse al tribunal de la ética.

Como yo, que, a lo peor, sólo soy un charlatán polivalente, un laboratorio de palabras que, se coloquen como se coloquen, siempre parecen decir, o querer decir, o ir a decir… Y no dicen nada.

Debo plantearme seriamente si deben anochecer de una vez estos atardeceres.

3 comentarios:

Antonio Azuaga dijo...

Soy yo de nuevo, no para comentarme, sino para “complementarme”. No hay investigación seria si no se citan las fuentes. Las del párrafo de mi “desolación” han sido, por riguroso orden de aparición en pantalla:

Al diablo con la jerga (“Poner puertas al alma”, 14 de marzo de 2007)

que no tiene que pasar horas larguísimas observando la inmensidad terrena en que pace (“La elección de Endimión”, 23 de mayo de 2007)

reunidos en un fotograma excelente en su temporal soledad (lo único siempre es lo (“Amar la vida”, 23 de marzo de 2007)

Una comparación justa sólo puede hacerse entre dos totalidades equivalentes (“Progreso y parálisis de la Historia”, 10 de junio de 2007)

hasta el cabo de su última (“Las cerillas”, 16 de octubre de 2007)

caricatura de ladridos que (“Hablar inactual”, 14 de octubre de 2007)

antes de que se inventaran los mecheros de usar y tirar, algunos utilizábamos (“Las cerillas”, 16 de octubre de 2007)

El párrafo que transcribo al principio de la entrada recoge pequeñísimas modificaciones (alguna concordancia, algún signo de puntuación…): no son nada más que las “costuras” que unen los miembros del monstruo de Mary Shelley.

¿A que es para dejarlo?

Anónimo dijo...

¡Heautontimorumenos! Eso es lo que eres. ¡Y sin motivo alguno!

Antonio Azuaga dijo...

¡Ja, ja, ja! No, Julio, no lo creo. La verdad es que me estaba aburriendo con un ensayo sobre Aristóteles de periodo largo, frío y espeso. Y me ha asaltado la duda. Luego ha venido el “juego”. ¡Me he quedado “seco” al ver el resultado!