miércoles, 30 de enero de 2008

Mal tiempo

Es incómodo el eneasílabo. Para mí por lo menos. Se me antoja un metro árido y frío, como de mal tiempo. Por eso, tal vez, no me gusta (ni el metro ni “mi” resultado en el combate). Pero me desafía, me arroja el guante cada vez que intento pensar con él. Y no puedo evitar enviarle a mis padrinos:


Hace mal tiempo aquí, del otro
lado de tu silencio, cerca
de las palabras que mendigan
ante la puerta de tu ausencia.

Cada día que pasa, cada
hora que a cada día niegas
la vocación de imaginarte
voz, alma, página entreabierta.

Hace mal tiempo y dolor hace,
y hace noche y hace tristeza
en este lado de la vida,
en esta provincia desierta
donde es la soledad, y el frío,
donde sólo las sombras cuentan.

Hielo y escarcha. Tengo el miedo
arruinado de las tormentas
sobre la piel de las preguntas
que no quiere acoger la tierra.
Y el trueno de la nada, el trueno
de tu silencio en mis acequias.

Hace tiempo que hace mal tiempo
ante la puerta de tu ausencia.


(enero 2008)

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues, por el espléndido resultado, le deberías tener más cariño a los eneasílabos. Es un verso a medio camino de todo (¡hay endecasílabos que sólo dan para eneasílabos!), pero no es frío y árido, y, si le falta algún calor, aquí se lo dan esos asonantes.

Antonio Azuaga dijo...

Muchas gracias, Julio: reitero lo de "la generosidad" que te he comentado.

Anónimo dijo...

Está claro, Antonio, que siempre ganas el duelo. Además, un eneasílabo es un endecasílabo que todavía no ha pegado el estirón. El mes que viene, en alguna mañana de mal tiempo, volveré a tomarme mi plato de lentejas.

Antonio Azuaga dijo...

Gracias, Democos. ¡Feliz de verte por aquí! Te enviaré como padrino en mi próximo duelo.
¿Es que no escribimos ya?

Anónimo dijo...

Arrastra el estropajo los barnices/
del mueble envejecido, su epidermis,/
y miro con dolor lo que hay debajo/
de la triste vejez de la madera./
Una muesca que marca un travesaño/
me trae a la memoria colibríes,/
el móvil musical con que dormía,/
soñando ya con griegos y romanos./
El aire huele a mar, a flores frescas/
que brillan por el agua condensada,/
sin maquillajes falsos ni mentiras./
Retorno a mi niñez con una cuna/
que limpio con amor en la mañana
como limpian las viejas las imágenes/
de la iglesia. Contemplo su belleza/
desnuda, lo bonito que es vestir/
con recuerdos la cuna que fue mía,/
que habrá de ser la tuya cuando nazcas,/
y apunto en mi cuaderno lo que siento:/
te quiero sin haberte concebido.

Antonio Azuaga dijo...

¡Ya decía yo que no era posible el silencio!
Muy bien, Democos, muy bien. ¡Yo peleándome con el "menor" de los "mayores", tú aliándote espléndidamente con el más brillante de ellos!