martes, 29 de enero de 2008

La luz, Durero y Sciascia

Entra un sol de atardecer cercano por la ventana izquierda del despacho. Me lo devuelve el suelo, brillante, recién fregado, al dolor de los ojos. Me inquieta la mirada. No sé por qué me viene a la memoria “El caballero, la muerte y el diablo”. No veo relación alguna entre este vacío, cotidiano y ahora luminoso, y el grabado de Durero. También me viene Sciascia, también esa pequeña y terminal maravilla suya, “El caballero y la muerte”. Es un rebote, como el de la luz hiriente, del sol al suelo, del suelo a mi daño. Ese “Vice”, no “Jefe”, sino “Vice”, fumador irreversible y con cáncer irremediable, que no muere de un diagnóstico sino de una consecuencia de la voluntad, es un arquetipo, un ejemplar extinto, para el que su acción, su quehacer, siempre es empresa, obligación que cumplir, tarea que culminar. Un ejemplar de los que piensan, de los que pensaban, que un minuto más de vida merece la pena si aún queda algo por hacer, lo que sea; porque el diablo, su negro poder, es el ocio: ¡esa obsesión por la pereza institucionalizada! ¿Impopular? Por supuesto. Y afortunadamente: nada me deprimiría más que decir algo “popular”. Hoy por hoy, el peso de la verdad se determina en proporciones inversas a la cantidad de sus defensores. Aunque, quizá siempre ha sido así, por eso la Historia es un error creciente.

Más que nunca se necesita al caballero, más que nunca a ese “Vice”, más que nunca a Don Quijote (ya doblaba Sciascia la debida obligación de su lectura)... A veces, hasta para inventar el amor, tan maltratado y comercial, tan circunstancial, tan egoísta… Y saber que la muerte esta ahí, como condición de todo, como posibilidad de todo, sobre su caballo viejo y cansado, como apoyando al diablo, como diciendo: “tu brioso corcel será nada, tu valor será nada, tu sueño será nada… Detén la voluntad que nada es su horizonte”. Y seguir, a pesar de todo.

Hay que tener madera de grandeza para cabalgar con la mirada indiferente del caballero, tal vez en una luz que no podemos ver, pero nos hiere; que no alcanzamos, pero nos hiere; que no podemos evitar… porque nos hiere. ¿Masoquismo? ¡Qué vulgaridad los diagnósticos! Nunca entenderemos que la voluntad, aunque nos mate, es la única provincia del hombre que limita con Dios.

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