lunes, 21 de enero de 2008

La geometría y la vida

Dos rectas dibujadas en el mismo plano son paralelas cuando los puntos de ambas se mantienen a la misma distancia; convergentes cuando la disminuyen; divergentes cuando la aumentan…

Más o menos así lo canturreaba, en esas machadianas tardes de lluvia tras los cristales, la Señorita Eloísa (todavía no se había inventado lo de “seño”), que, naturalmente, no era señorita, sino Señora, y que entonces me llenaba la cabeza de geometría y hoy el corazón de nostalgia. Después, y como ejemplo, dibujábamos en un cuaderno con hojas cuadriculadas dos rectas paralelas y una secante a ambas; y sobre ellas, los nombres correspondientes. Al trazarlas, recuerdo que imaginaba siempre los puntos no visibles como si fueran un señor pequeñito y distante que caminaba sobre el papel y dejaba un rastro de grafito. En algún lugar se encontraba con otro señor, distante y pequeñito, y luego se separaban para siempre. Los de las paralelas tenían peor suerte porque no se cruzaban nunca. Por aquello de que uno debía de ser ya obsesivamente platónico, me molestaba sobremanera que las líneas fuesen de distinta longitud, que una de las que divergía resultase más larga que la otra. No sé, en realidad, si por platonismo perfeccionista o por intuición de ese dolor que nos crece cuando el reguero de grafito es, de verdad, la vida de alguien cuyo punto se halló con nuestro punto un tiempo, que invadió el inextenso espacio de unos cuantos ayeres de nuestra memoria y siguió luego, bajo el trazado de un Dios que dibuja geometrías en el alma, su curso irreversible. Hasta que un día, un día como hoy, luminoso y de repente triste, nos dijeron que la otra línea, la inevitablemente divergente, se había matriculado para siempre en sombras y soledades.

La mía sigue, amigo Salceda (alumno primero, compañero después, maestro más tarde de una de mis hijas, interlocutor ahora de ésos que se me van haciendo habituales en mi provisional espera), Dios sabrá por cuánto tiempo. Un Dios que se empeña en dibujar como a mí tanto me molestaba, que alarga unos trazos e interrumpe tempranamente otros, que nos hace incómoda la geometría y la vida dolorosa. Claro que yo sólo soy un punto que protesta; seguramente tú puedes ver ahora el diseño divino de su perfecto cuaderno.

Un abrazo, sombra amiga, nueva soledad interlocutora, desde este plano sombrío y desconcertante que es la vida.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Somos nosotros, los que seguimos aquí, los matriculados en sombras y soledades. Y ellos, del lado de la luz, los que nos miran con lástima y nos "soplan" en los exámenes y los malos tragos.

Antonio Azuaga dijo...

Creo que tienes razón: no hay mucha luz de este lado.

Anónimo dijo...

No vale, me haces trampa. Eso es sólo media razón y la media que menos importa.

Antonio Azuaga dijo...

¿Tramposo yo?... Bueno, a veces.