domingo, 13 de enero de 2008

De la memoria oscura a la culpa

He hablado en varias ocasiones de ella; no recuerdo haberlo hecho de su terribilidad. Sí que ha asomado su rostro amable, y doloroso a veces, de reencuentro con uno mismo. Pero no referida al espanto que también acarrea. De esta memoria espantosa he dicho poco, casi nada, casi nunca de su lado más nefando, de su meridiano de remordimiento oscuro, del que nada sabemos, aunque exista en la última sección de nuestro encéfalo: ese flujo sombrío que hace del loco un psicópata infame, ese suelo de brutalidad que llevamos por debajo de la vocación de bien. Un campo embrutecido en que arraigaron, en edad temprana, tres o cuatro preceptos acerca de lo bueno y de lo malo, de lo debido e indebido, de lo que habría o no de hacerse si tal cosa ocurriera. De esa memoria surge un criminal de prostitutas; un ejecutor cualquiera de venganzas, resentimientos o pasiones inconfesables; un iluminado en mal paridas sectas; un ideólogo de horrores a la sombra de una bandera o una creencia indigesta; un egoísta miope de alteridad… No es de la fe, ni de la convicción, ni de los sueños de lo que hablo. Me refiero al detritus de todo eso, al substrato de su descomposición, a lo que queda de ello cuando la voluntad de bien cede terreno o a lo que fue todo ello antes de que la voluntad de bien lloviese sobre su potencia. Y esa memoria en bruto genera culpables, responsables de desecar o impermeabilizar sus campos para evitar que germine la bondad posible. No equivocados, no enfermos, no víctimas de pretéritos hostiles, no engañados por el magisterio de la adversidad: el criminal es dueño de su maldad, no al revés.

Hablar de responsabilidad es coherente si uno verdaderamente hace de la libertad el bien más alto, si uno se atreve a afirmar que la voluntad está por encima del sistema nervioso, de su red de mecánicas neuronas, de ese campo electrificado que invade una víscera grisácea de diseño barroco; si uno siente la grandeza de creer, o de querer por lo menos, que el hombre sea una intención de altura.

Es coherente, es inevitable, que nos digamos culpables si no tenemos el arrojo de vencernos a nosotros mismos.

No hay comentarios: