miércoles, 16 de enero de 2008

Confesiones o El gato de Schrödinger sólo fue uno

El cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí
E. Kant


Ahora debo empezar por donde nunca
a empaquetar memorias aplazadas
por no sé qué ecuación de qué maldito libro
que se ha quedado en signo impertinente,
en número que insulta a la verdad,
en cifra irracional, en radical de olvidos.

Debo ahora colocar las cosas donde siempre:
bajo mis pies, la tierra todavía;
tras de mis ojos, el suceso oculto;
el lacrimal de orillas pantanosas
que se traga hasta el alma,
junto al pilar del puente de mis gafas.
Y un breve sinsabor en las esquinas
de todas esas calles en que nadie aguardaba
cuando era el día del prodigio en punto.

Es hora de ordenar la poca paz que queda
en los cuatro rincones de este cuerpo,
dejarse de idioteces y empujar la vida
como todos los dioses que jamás lo han sido.
Y no invitar a Planck ni a Schrödinger a casa,
y no tomar café con Everett ni Heisenberg.
De ahora en adelante, de adelante en siempre,
repetirme que el mundo es la escena rigurosa
de Newton y de Kant y yo el rigor de mí,
la obligación de ser quien debo ser,
bajo el cielo estrellado e inalcanzable.

Es hora de dormir y no soñar con nada;
o soñar con dormir y dormir… eternamente,
para que de una vez me tome la paciencia
de seguir siendo yo sin concesiones;
me guste o no, me quiera o no me quiera.
Lo mismo que las cosas que coloco
en su sitio de siempre, sin preguntas,
sin que nada me importe lo que digan
cincuenta y siete sueños que dejo a las espaldas.


(diciembre 2007)

No hay comentarios: