Me lo dictó el “caballero sin día” hace cinco años:
Cuento los días y las horas. Cuento
este absurdo intervalo que me queda
para hacer de los sueños almoneda
y en ruinas declarar el pensamiento.
Este pensar que ha de arrastrar el viento,
hojarasca de un hombre, polvareda,
nada, silencio que el silencio hospeda,
verbo que no lo fue sino un momento.
Qué tonta crueldad la de la vida:
amanecer un día, despertarse,
amar, creer, pensar… Dormirse luego.
Y comprar un reloj a la medida
cuando el alma comienza a desgarrarse
sin sueños, sin aliento, sin sosiego.
(marzo 2003)
4 comentarios:
Yo me haría mirar esto de los heterónimos, te lo digo por experiencia...
Fantástico el de once final... en tres partes, como el mejor Quevedo... Definitivamente, tienes el decir y el pensar "trimembrados"...
¡Vete tú a saber si no seré un esquizofrénico triádico!
Espléndido y desolado soneto sobre la rutina, ese sendero del creciente desasosiego. Un gusto leerte.
Saludos...
Muchas gracias, Ángel, por tu visita y tus palabras para este rincón tan lleno de olvidos.
Un abrazo.
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