sábado, 31 de marzo de 2007

El olvido

(A mi padre, que nunca leerá este blog y que, además, es preferible que nunca llegue a leerlo)

Me aterra perder la memoria. En realidad es la única propiedad que nos sostiene verdaderamente en la existencia. Como decía San Agustín: “allí me encuentro yo a mí mismo”; y encontrarse con uno, aunque no siempre sea gratificante, es una didáctica portentosa. Pero la memoria es más, mucho más. Es saber, es tristeza, es alegría, es nostalgia, es ternura, es desolación, es fortaleza… es ser incuestionable, sido ya, sin duda; pero, por eso mismo, reino de lo que ya no podrá dejar de ser nunca.

La peor muerte es el olvido, la negación absoluta de uno, el anonimato del tiempo que vivimos y que, si alguien lograra hacer pasar ante nosotros, seríamos incapaces de reconocerlo. Ese horror de la edad, esa insistente lucha del hombre viejo que siempre cuenta la misma historia (historietas, decimos despiadadamente) es un acto de heroica supervivencia. Se niega la memoria a diluirse, se aferra al tablón de una anécdota que flota en el naufragio de la vida como si repitiera: “esto fue, esto fue… esto es”. Y por eso cuenta, una y mil veces, el mismo suceso, la misma alegría, la misma tristeza. “Esto fue, esto fue… ¡esto es!”.

Me aterra perder la memoria; y no la trato bien, lo reconozco. Y es que acabar con uno no es fácil sin provocar daños colaterales. En cualquier caso quisiera terminar antes que ella, tenerla toda ante mí en el último momento, llegado ­–a ser posible– de improviso, y poder decir, como Juan de Tassis al caer mortalmente herido por mercenaria espada: ¡Esto es hecho!

1 comentario:

Montserrat dijo...

¿Cómo era aquello que nos enseñaban en el colegio sobre las potencias del alma?
Ya lo recuerdo, son tres: memoria, entendimiento y voluntad.
Claro que en tu caso, la voluntad iria la primera, pero sin detrimento de las otras dos.
Quizá esa voluntad es lo único que no perdemos ni con la edad... al tiempo para saberlo; ¿nos vemos dentro de 20 años para combrobarlo?