sábado, 24 de marzo de 2007

El gato, el vendedor y el cambio horario

Creo que coincidiría con la mayoría de la gente si asegurase que el cambio horario de la primavera me produce una notable desazón: ya se encarga la vida de acelerar el tiempo lo suficiente como para que nosotros le demos facilidades con frivolidades como ésta. Sin embargo, según escuchaba hoy la noticia, se me han aparecido de consuno mi querido vendedor de recuerdos irreales y mi igualmente apreciado gato de Schrödinger. Tal parece que ambos me venían con alguna reclamación, sobre todo el segundo que protestaba con animal energía porque me lamentara yo de una hora que se quedaba en el limbo de la vida, en ese no ser que hubiera sido o en ese haber sido que nunca llegó a ser. Debo reconocer que me ha parecido justa su protesta: quien como él existe en una realidad esquizofrénica sabe muy bien de los equilibrios que hay que hacer entre lo que es y no es de modo tan irracionalmente simultáneo.

El vendedor, lógicamente, venía a defender su negocio. ¿Cómo podía quejarme yo de una hora que para él supone algo así como la temporada alta de su industria? Una hora que corre por nuestros relojes tan veloz que no permite que suceda nada real en nuestra vida es el mercado ideal para colocar sus productos. Tenía razón, esos sesenta minutos prodigiosos, que van a transcurrir en apenas tres segundos, marcan el intervalo de los sueños. Es entonces cuando debieran ocurrirnos los hechos más extraordinarios, los hechos que no caben en las restantes horas de vulgaridad, que son las que constata el observador del pobre gato al abrir la caja.

Y me ha convencido el buen hombre; tanto que le he encargado un par de sucesos maravillosos que me entregará puntualmente a las tres de la madrugada. Unos pocos segundos para recordar una hora que, paradójicamente, nunca habrá existido. Espléndido.

Si alguno está interesado, puede hacer su pedido a este correo: recuerdos.irreales@schrodinger.com

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