domingo, 18 de marzo de 2007

La imbecilidad creciente

Esta mañana he estado paseando por Recoletos bajo las acacias todavía desnudas y atormentadas de este domingo preprimaveral. Me he detenido unos instantes junto al estanque de la Mariblanca, que sigue siendo estanque, pero ya sin Mariblanca. Hará más de veinte años que hubo que llevarse de allí a la novia de Madrid, gracias a ese síndrome de animalidad urbana que se conoce como gamberrismo. Se la devolvió a su lugar de origen en la Puerta del Sol donde, en el siglo XVII, coronaba una ya inexistente fuente. Hoy está sobre un pedestal seco de unos cinco metros de alto; con lo que podemos decir que disponemos de un estanque sin Mariblanca y de una Mariblanca sin fuente.

El gamberrismo, en cualquiera de sus manifestaciones, es un ejercicio de animalidad en bruto. Nada tiene de nuevo y uno lo conoce de toda la vida. Lo que sí ha cambiado, desde los años oscuros de la estupidez, ha sido la respuesta de la sociedad al mismo. Se trata de un problema de semántica, por un lado, y de cobardía axiológica, por otro. En cuanto a lo primero, la palabra gamberrismo se disuelve en apelativos pseudoartísticos, pseudoculturales y pseudopolíticos de muy difícil tratamiento. Así, el que pintarrajea una pared no es un gamberro que ensucia una fachada, sino un joven que expresa su rechazo al injusto mundo, o a lo que sea, a través de un graffiti (al parecer, uno de los cuatro elementos de la cultura hip-hop). En cuanto a la cobardía axiológica, el problema es más grave. Se trata, ni más ni menos, de que la cultura, nuestra cultura, la que se levanta sobre los hombros de Aristóteles, Cristo, Dante, Miguel Ángel, Velázquez, Shakespeare, Cervantes, Galileo, Newton, Beethoven… ya no tiene valor para defender su valor, ya no cree en sí misma, es un cadáver al que seduce y arrastra cualquier majadería. Y es que la palabra cultura está tan desnuda de sentido como las acacias de esta mañana.

Pero ya lo dice el Eclesiastés: el número de imbéciles es infinito.

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