sábado, 17 de marzo de 2007

Cultivar asombros

A veces sale el Sol cuando esperamos y, a veces, cuando no creemos. Estas segundas ocasiones son, sin duda, mucho más gratificantes porque entre no creer que algo ocurra y suceder que eso de repente pase, media la enorme distancia del asombro.

El asombro es un rasgo de animal joven, de criatura que se sitúa ante la realidad como si ésta fuese un espectáculo maravilloso. Es una respuesta de humildad ante los hechos, algo así como el reconocimiento tácito de que uno no lo sabe todo o, mejor aún, de que uno no sabe casi nada. El asombro es compañero de la ignorancia, pero familiar del misterio y lo sublime; es vecino de lo extraordinario, catalizador de la admiración, espuela de la curiosidad y, por todo ello, aliado de la indagación, el conocimiento y la sabiduría. En definitiva, el asombro ha sido durante milenios el trampolín que lanzaba al hombre hacia su presunta inteligencia.

La incapacidad que han mostrado las últimas generaciones para comprender algo tan sencillo es una de las razones que explican el deterioro de muchos de nuestros individuos más jóvenes. No se entrena al niño en el asombro; contrariamente se le arrebatan los misterios y se vulgariza su fantasía, se le rodea de prodigios con indecente normalidad y abundancia, y a sus preguntas cotidianas no se responde con portentos, que es lo que demanda, sino con “explicaciones” que nada le explican. Con tal acopio de bobadas en sus alforjas, cuando el niño alcanza la pubertad, ese momento tan necesitado de maravillas que deben desvelarse, se encuentra que no tiene nada. Y se aburre, se aburre en el fondo del aburrimiento sembrado en sus tierras sin el abono de los sueños. El niño, como el hombre en su historia, necesita mitos para conquistar razones. Cultivemos asombros y cosecharemos inteligencias sanas.

Y ahora, según ayer me aconsejé, me voy a sentar en ese banco donde debiera lucir el último renglón de la tarde o, quizá ya, primero de la noche.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Mi asombro tiene algo de retrospectivo. Me asombra haber tenido tantos asombros. Y no es que ya no me asombre, pero, de algún modo, la extrañeza ha venido a sustituir al asombro.

Antonio Azuaga dijo...

La extrañeza es el asombro con canas, igual que la melancolía y el escepticismo son la extrañeza envejecida. Yo, estoy más cerca de esta última etapa. El horror es que a los catorce años se busquen misterios en uno y no existan. Cuando esto ocurre la búsqueda se orienta a las “emociones fuertes”: la droga, el aullido, la violencia, el riesgo suicida…

Antonio Azuaga dijo...

Para asombro, por cierto, el de esa "coma" que se ha quedado entre "yo" y "estoy". Debe de haberse subido desde "Cuando esto ocurre". ¡Qué cosas!