domingo, 11 de marzo de 2007

La edad del olvido

Son muchas las cosas que la vida nos deja en la memoria sin previamente habernos pedido permiso; muchas que olvidamos sin querer olvidar y muchas que, por más que queramos, somos incapaces de vestir de olvido. Pero entre tanto querer y no querer, hay otras que trastornan la voluntad de evocarlas. Lo terrible de éstas es que vienen disfrazadas, que entran con disimulo y a traición, desde un estímulo en apariencia inocente, por la rendija más vulnerable del alma, que es por donde se abre la vida a la tristeza. Llegan en un olor o en un sonido, en un perfume o en una música; algunas veces, en una imagen; pocas, en una caricia; muy raramente, en un paladar. Son el enlace deseado-indeseado con un tiempo que nos duele, por lo general, no por su infelicidad (entonces no duele, irrita), sino por todo lo contrario, por ser rastro de felicidad perdida o proyecto de felicidad malograda.

La acumulación de hechos a lo largo de la vida o, mejor dicho, la acumulación de vida aumentan la posibilidad de tales encuentros; y también, la sensibilidad ante ellos. Nos damos cuenta entonces de la tozudez del tiempo, de la densidad del pasado y de la liquidación de los plazos de que disponíamos para configurar a nuestro favor los sueños, esos que jamás regresan o que jamás tuvieron la menor oportunidad.

Y sin embargo, a pesar del dolor, a pesar de la tristeza, a pesar de todo, me parece una crueldad inmensa por parte de la vida que el pórtico de la muerte pueda ser el olvido.

1 comentario:

Montserrat dijo...

Con que precisión matemática y poética a la vez, desgranas la íntima sensación de fragilidad y capricho de nuestra memoria, y su progresivo deterioro hasta la muerte.
Además del latin, filosofia, arte, astronomia y algunas cosas más, tienes un olfato psiciológico excelente, para describir los intrincados vericuetos de nuestra memoria, con relación a nuestras sensaciones vividas.