jueves, 1 de marzo de 2007

La felicidad y los días

No depende de nosotros, sin duda, la condición de los sucesos que ocurren a lo largo del día. Felices, inesperados, agresivos, gozosos… son epítetos que azarosamente caen sobre ellos sin que, en la apariencia al menos, podamos hacer gran cosa por teñirlos de modo diferente. Los sabios estoicos se ingeniaron una argucia para afrontar tanta imprevisibilidad que consistió en suponerla perfectamente inevitable. Lo que sucede es porque tiene que suceder. Y punto. La consecuencia de tal premisa lleva a la conclusión de que, si no podemos hacer nada, lo único que nos queda es aceptarlo todo (estoicamente, claro) y vivir de acuerdo con ello, sin alharacas de ningún género que no son sino síntomas de insensatez. Vamos, que si no puedes vencer a tu enemigo, debes aliarte con él.

Es una respuesta dura y eficaz para la que hay que entrenarse mucho. Pero… tiene un “pero”: la vida se vuelve bastante sosa. No dependen los hechos de nosotros, desde luego; pero nosotros sí dependemos de nosotros. Los malos días a veces se nos imponen con una tozudez abrumadora, los dolorosos más. Es verdad. Otras, sin embargo, son consecuencia de nuestra miopía para ver los guiños que nos hace un momento breve de felicidad o de nuestro desmesurado nivel de exigencia ante ésta. Quizá pedimos demasiado; o mejor dicho, quizá no sabemos ser felices. Según parece, el ser humano (al menos “este” ser humano) es un animal obsesionado por la cantidad y la espectacularidad: sólo lo cuantioso, lo abundante, lo desmedido, lo enteramente poseído… debe perseguirse.

Es un error: a veces basta encontrarse con una sonrisa inesperada al empezar el día, sólo unos minutos frente a una sonrisa que nos gustaría ver, para que el resto de la jornada merezca la pena.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues sí, por una sonrisa un mundo, que decía aquel otro que también cabe en la entrada anterior.

Anónimo dijo...

Que no era un mundo, que era un cielo (me parece).

Antonio Azuaga dijo...

Tanto da: mundo o cielo, mirada o sonrisa... Lo importante es que sepamos conservar ese momento. Y es verdad que "cabe". ¡Se me había olvidado este muchacho!