domingo, 25 de marzo de 2007

El universo insensato

Por lo general nuestra vida, individualmente considerada, vale muy poquito; cualquiera, aquí no cuenta haber nacido genio o vulgaridad inevitable. Dentro de tres mil años (si da tiempo a tanto tiempo) el propio Einstein será casi una anécdota en un etérea enciclopedia que se perfilará en memorias imposibles de concebir ahora. Yo (no sé los otros) ni siquiera alcanzaré el rango de una sombra de sombras disuelta en una absoluta oscuridad. Quedará de nosotros el perfil imposible de un asunto que devoró la noche más inexplicable, cuyo nombre me callo por ternura.

Con este preámbulo quizá se esperen conclusiones existencialmente dramáticas o enjundiosas meditaciones acerca del sentido o sinsentido de nuestra vida. Y no, no es exactamente eso lo que pretendo decir. Contrariamente, lo que me sorprende de nuestra aparente insignificancia es la absoluta indigencia del universo frente a ella. Este pequeño agregado de materia orgánica que somos es donde, sorprendentemente, el infinito parece desenvolverse más a gusto. Es donde sabe de sí, donde conoce su armonía, donde desvela sus leyes, donde se pavonea de su belleza... Decir que somos la razón fundamental de que tanta inmensidad exista, sé que retuerce el principio antrópico hasta extremos que cualquier especialista abominaría. No me importa, a fin de cuentas yo no soy cosmólogo; lo que sí me importa, y mucho, es comprender que, sin nosotros, tan maravilloso espectáculo no sería nada, menos aún que ese perfil imposible de que hablo devorado por la noche más inexplicable.

Y sin embargo (¡qué insensatez!) ese universo, que se sabe porque lo sabemos, acabará consigo a fuerza de acabar él con nosotros.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Aguda, brillante reflexión. Nuestra propia finitud es capaz de pensar el infinito, o de imaginárselo al menos. ¿Y el infinito? Está. Sólo eso.