martes, 20 de marzo de 2007

Elogio de la farsa

Debo al teatro, en cuyo sueño viví hace mucho tiempo, y a la edad, considerable y más cada día que pasa, el arte de ser un farsante. Una confesión como ésta dice poco de mí, qué duda cabe; pero, como con todo, la procesión va por dentro. Si nos atenemos al diccionario, farsante, en su segunda acepción, “…es la persona que finge lo que no siente o pretende pasar por lo que no es”; lo que, inmediatamente, nos hace pensar en un sinvergüenza. No, a eso no estoy dispuesto. Las palabras, ya se sabe, son traicioneras y, al menor descuido, nos atracan el alma para robarnos los significados justos. Y todo por culpa de que fingir es verbo que se mueve en entornos semánticos poco recomendables y de que la salud de que goza el sustantivo originario (farsa) no es nada buena.

Se alaba tanto la verdad y la veracidad que su uso acaba por vaciarlas y hacerlas perversas. Se diga lo que se diga, no es "siempre" el adverbio deseablemente compañero de ellas. Quien asegura que “siempre” dice y actúa con verdad o no dice verdad, o es un energúmeno de crueldad sin límites. Y no me refiero a las mentiras piadosas, a cuyo norte solemos orientar las brújulas de nuestras contradicciones; hablo de la preocupación, por algo o por alguien, que no debe mostrarse porque, de hacerlo, invadiría injustamente espacios que no nos corresponden; hablo de enterrar las palabras que arañarían algún alma inocente, por más que en defensa de una autenticidad a ultranza debieran decirse; hablo de las veces en que debemos hacer "como si no pasara nada", aunque esté pasando todo a medio metro de profundidad de uno… Hablo de la farsa, defiendo la farsa y rompo todas las lanzas que sea preciso por la farsa si, aun con dolor, nos hace auténticamente humanos.

Y el que esté libre de ella que arroje la primera verdad.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Ay, la bendita coraza que da el teatro.

Antonio Azuaga dijo...

“Ya no hay nadie en escena. Nadie. O tal vez, un actor que está representando a Kean en el papel de Otelo. Mirad, voy a haceros una confesión: yo no existo realmente, finjo existir. Por darles gusto, señoras y señores, por darles gusto…”

Anónimo dijo...

La palabra más sabia no es la que enseña la verdad, que no existe (o existen infinitas, tanto da) sino la que resulta más inspiradora. Así pues, algunas farsas hacen más por nosotros que muchas lecciones magistrales.

Anónimo dijo...

No hay nada que no sea verdad en el actor de teatro. Las corazas en escena, querida Amalia, son tan verdaderas que permiten correr a los sentimientos como lo hace la voz entre las butacas. Solo en el escenario se puede simular fingimiento.