miércoles, 7 de marzo de 2007

Saber de uno

El conócete a ti mismo de Sócrates (o del templo de Delfos) es, qué duda cabe, una de las disciplinas más difíciles de cursar. La práctica de la espeleología en la propia alma está llena de riesgos y sobresaltos; aunque también, no vamos a negarlo, es un deporte de lo más saludable y de muy rara frecuencia. Se da por supuesto que uno sabe de sí y se elude cualquier tipo de profundización. Lo que ignoramos es que dicha profundización es inversamente proporcional a la constante de egoísmo de que somos capaces; que, por cierto, es casi tan grande como el número de Avogadro. Así que somos capaces de mucho, de muchísimo egoísmo.

Con independencia de esa naturaleza social que proclaman tantos filósofos, la mayor parte del tiempo de nuestra vida la pasamos con nosotros mismos. Y, sin embargo, qué poquito sabemos de este habitual compañero. Paranoicamente, a veces, llego a pensar que este no saberse es rentable. Quien se ignora, se cree los demás, delega en los demás, se justifica en los demás, piensa lo que los demás… Vamos, masa en bruto, monocefalia en estado puro… El sueño de Calígula: un pueblo, una cabeza (casi digo “un voto”). Y, aunque se piense lo contrario, quien no desentraña sus defectos, sus tristezas, sus alegrías, sus miserias, sus grandezas, sus entusiasmos, sus desencantos, sus entregas, sus renuncias, sus deseos, su deber… nunca reconocerá al otro como persona, nunca como alguien que ríe y llora; o que se alegra y se entristece; o que se apasiona y duda…

Saber de uno, es saber de los otros, es amar a los otros… Pero, por supuesto, no es ser los demás.

No hay comentarios: