miércoles, 14 de marzo de 2007

Poner puertas al alma

Deberíamos disponer todos de una pequeña puerta en el alma por la que poder escapar, de vez en cuando, de nosotros mismos. Ante mi siempre confesado platonismo, un buen alumno me preguntaba hoy con cierta sorna que si yo creía eso de que el alma abandonaba el cuerpo para irse a contemplar las ideas. Con una sonrisa le he respondido que no era eso exactamente. Y no lo es, desde luego. Lo que, sin embargo, muchas veces lamentamos, mientras estamos vivos, es no poder darnos unas vacaciones de este prometeico yo que nos define; poder holgar de nosotros sin nosotros; despojarnos de la preocupación, del compromiso, del dolor, del supremo esfuerzo que tenemos que hacer para levantarnos el alma cada día y seguir sonriendo como si tal cosa.

Dios me libre de psicólogos, psiquiatras y demás psicoloquesea. Si alguno se cruzara por estos apuntes, diría que esa puerta se llama enajenación y que cuanto digo son síntomas de un estado predepresivo de preocupante pronóstico. Al diablo con la jerga de esta especie tan ayuna en el conocimiento del hombre como en la eficacia de su trato. Esa absurda pretensión de que la salud del alma consiste en reír constantemente, estar plenamente adaptado al medio, gozar de aplaudidas habilidades sociales, ser simpático, emocionalmente estable y leer el periódico sin sentir ganas de vomitar no hace más que estupidizar a la gente, arrancarle su fuerza, trastornar su capacidad de sacrificio, hacer un enfermo de lo que pudiera ser un luchador egregio.

Pero eso no quita para que también el luchador se canse de sí, o no se quiera tanto como debiera, o no se quiera nada y, como Cortés, tenga su “noche triste”; eso no quita para que el alma quiera escapar a veces de sí misma.

Lo de abandonar el cuerpo es otra historia.

No hay comentarios: