sábado, 3 de marzo de 2007

La pasión del cómico

Siempre he envidiado la suerte de los cómicos, su versatilidad ontológica, su facilidad para recorrer la geografía del alma no como un mero turista (eso sería un lector de novelas), sino como un habitante de ella. El cómico es un niño interminable, un niño que se pasa la vida jugando a serlo todo: el héroe, el mendigo, el vasallo, el traidor, el rey, el amante… Es el sueño de un filósofo existencial que transforma la libertad y el compromiso de elegirnos en cada momento en un ejercicio de gaya interpretación. Tal vez por eso, y a pesar de las privaciones que deba sufrir, nunca se le oye hablar mal de su oficio.

El resto de los mortales, sin embargo, nos quedamos con el raquítico papel de una única vida, un único precipitado, un solo producto, un famélico destino. Y no es cuestión de que esa vida sea rica en experiencias o tenga, por el contrario, un precario bagaje. El problema es metafísico: se trata de ser, no exclusivamente uno, sino una inmensidad. Por lo general, planteamos nuestro vivir en términos de acción o de acumulación: queremos hacer muchas cosas o buscamos tenerlas. El cómico quiere ser todos los demás. El magnate o el aventurero más envidiados nunca serán más que ese magnate o ese aventurero; jamás podrán ser Hamlet, o Cyrano, o Julieta, o Desdémona, o Segismundo, o Doña Inés, o Don Juan… El cómico sí, al menos, durante algunas horas de su vida. Filosóficamente hablando, es mucho más ambicioso.

Vaya para vosotros, lejanos compañeros que lo fuisteis o que aún lo sigáis siendo, siempre mi aplauso, siempre mi admiración.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Ay, que los cómicos de hogaño no son los de antaño!

Antonio Azuaga dijo...

En algunas provincias, en algunos rincones de algunas provincias, sí. Pensaba en ellos.
Gracias, otra vez, por la cervantina precisión.

Anónimo dijo...

Grotowski entendió que el arte de la interpretación consiste en desnudarse, librarse de máscaras, no para exhibirse sino para que el actor muestre su verdadero yo. Es una continua búsqueda, una permanente transgresión.

Antonio Azuaga dijo...

Ilustre y admirado actor, ¿pensáis vos y Grotowski que el yo es una esencia innata, cual cartesiana idea, o un proceso que se hace existencialmente? Si lo primero, nada que objetar a que se desnude un yo que ya existe; si lo segundo, el yo que “se hace” en lo que dice y obra está siendo “el yo” de Hamlet, por ejemplo, cuando “obra” y “dice” los quehaceres y palabras de este personaje. ¿O no?