domingo, 4 de marzo de 2007

Opinión y ciencia

Esta distinción, viejísima en la historia del pensamiento, ya le permitió a Platón diferenciar lo que era un conocimiento sólidamente argumentado (ciencia) de aquel otro que ni plantea ni indaga las razones que lo soportan (opinión). La opinión se tiene, en efecto, porque se ha oído; y se asume, la mayoría de las veces, sin el menor conocimiento de lo que puede desprenderse de la misma. Técnicamente, diríamos que la opinión es acrítica; y, coloquialmente, un conocimiento de andar por casa. Con todo lo respetable que es esto de andar por casa, hay que reconocer que exige un calzado bastante diferente al que se requiere para escalar el Everest, por ejemplo: cualquier sherpa quedaría en estado de prolongado estupor si nos viese aparecer con unas zapatillas a cuadros dispuestos a acometer tan elevada (nunca mejor dicho) empresa.

No se entiende, sin embargo, que el rigor que aplicamos para realizar una práctica deportiva no se exija, en mayor medida incluso, cuando se trata del conocimiento o de la contraposición de conocimientos. Aquí vale todo: zapatillas a cuadros, botas de escalar, zapatos de charol, botines de paseo e, incluso, la nuda expresión del pie playero. Ocurre esto, sobre todo, cuando los temas que se discuten (v. gr. en cualquier debate televisivo) afectan a aspectos fundamentales de la acción humana. Y así la moral, el derecho, la educación… se convierten en un auténtico patio de vecindad (si no, de Monipodio) donde la opinión que se sustenta en las cuerdas vocales más poderosas arrasa al argumento más sabia y sólidamente construido.

Vivimos tiempos muy parecidos a los de la Atenas de Sócrates y Platón. En ella, los sofistas, según critican aquéllos, enseñaban el viperino poder de la palabra para asfixiar el verdadero conocimiento. Pero ahora no necesitamos tanto; nos sobran las palabras porque nos basta con el grito. Eso sí, el primer grito debe darlo algún personajillo de cierta popularidad (evito el término “fama” para no dañar su antigüedad gloriosa). A renglón seguido aparecerá una innúmera corte de clonados y victoriosos opinantes.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El torpe aliño indumentario, humilde y entrañable en que se envolvían las palabras sabias se ha convertido en uniforme entorchado y arrogante de comentarios necios.