martes, 6 de marzo de 2007

Las palabras

Hoy he recogido, al azar de este atardecer lluvioso, unas pocas palabras hermosas. “Palabras, palabras, palabras…”, diría Hamlet; las llevo conmigo desde hace tanto tiempo que me parece de rigor dedicarles unos minutos de este día con un punto de luz inexplicable. A fin de cuentas, ellas apuntalan mi condición humana y, a decir de Aristóteles, abonan la raíz social de mi naturaleza (este “mi” es genérico porque el “mi” propio es bastante insociable). El caso es que siempre he sentido por ellas una veneración casi religiosa.

Las palabras son como las mujeres: se las debe querer, se las ha de admirar, se las puede soñar… Muchas veces, en un intento vano, se intenta seducirlas; y si se consigue, los hombres, estos necios hombres, nos lo creemos; y nos vanagloriamos y las exhibimos en nuestro soberbio discurso. Tontas criaturas, nosotros digo: en el terreno de la seducción -y en otros muchos- nunca hemos dominado las sutiles diferencias entre la conjugación activa y la conjugación pasiva. ¡Qué le vamos a hacer!

Tan cerca están las palabras de las mujeres que nuestra supuesta “civilización” las trata con parejo y cínico menosprecio. Por una parte dice liberarlas –todas iguales en todos los foros­–; por otra, las maltrata y destruye en esa perversa jerga que se usa en teléfonos móviles, por ejemplo; o las somete a modas estúpidas, y las vuelve anoréxicas en los acrónimos, en el esqueleto de siglas que exponen los incansables diseñadores verbales.

Pobres palabras, tan indiferentes, a veces, a aquéllos que tanto las amamos.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo peor es la leninista siembra de confusión en el lenguaje, ese despojar de sentido a las palabras. La jerga de los teléfonos móviles es mucho más inocente al respecto. Destruye solamente la imagen visual de la palabra (que no es ni mucho menos la palabra).

Antonio Azuaga dijo...

La disciplina que me he impuesto de no hacer estos “apuntes” excesivamente largos, tal vez, me ha impedido expresarme con la claridad que debía. Veamos, cuando hablo del “maltrato” de las palabras en los móviles, no me refiero a que estos emplean un sistema de signos (no digo “significantes” para evitar que se piense que me creo autoridad lingüística) paralelo al común, como una especie de taquigrafía técnica. Sucede que ese sistema de signos ha surgido espontáneamente y es utilizado habitualmente por usuarios muy jóvenes que, en muchos casos, todavía “tartamudean” las palabras escritas de su propia lengua. Por ello se produce una tendencia a la sustitución del grafismo ordinario por el suyo habitual cuando escriben en un examen, por ejemplo; pero lo peor es el bloqueo que sufren con frecuencia en la lectura de los signos comunes: desaparecida la forma es inabordable el concepto.
La palabra no es, “ni mucho menos”, el cuerpo de caracteres en que vive, pero la transformación de estos, en las circunstancias que digo, es un “maltrato” real que aparta a sus “ejecutores” de toda comprensión, de todo sentido.

Anónimo dijo...

No sé: un analfabeto de la Edad Media (e incluso del siglo pasado)comprendía las palabras y las utilizaba en su recto sentido. Creo que, en el caso que dices, la brutalidad general precede al maltrato y no es, por tanto, consecuencia de éste.

Antonio Azuaga dijo...

Desde luego, eso es lo que digo: "se las" maltrata, de aquí su vejación; y si "el bruto" aumenta, la palabra decrece (la normal, quiero decir) por lo que veo muy difícil que aquél pueda sacar muchos sentidos de sus rudimentarios signos (que, además, no sé de qué rara etimología habrán de nutrirse) A lo peor, es otra revolución... Y ya sabemos cómo acaban las revoluciones: cortando cabezas, es decir, palabras.