viernes, 23 de marzo de 2007

El prisionero

Los hechos son obstinados: hoy, es decir, ayer he sido desleal. La razón, una avería en la corte de mis mensajeros (esa vulgaridad que nombran ADSL). El percance me ha hecho caer en la cuenta de que, como en el romance, yo también soy un prisionero que sabe acerca de los demás por una avecilla que canta tras de sus rejas:

Matómela un ballestero;
déle Dios mal galardón.

Desde ventanas ajenas (veremos por cuánto tiempo) lanzo un poemilla de días atrás y curiosas coincidencias con el “percance”.

Hubo una vez un pájaro imposible
del que nunca supieron los catálogos.
Su cielo era de sombras cableadas
y sus alas, esgrima de la tarde;
su vuelo, los iconos encendidos
y su nido, mis ojos, mi esperanza.

Volaba cada día desde todos
los enredados pálpitos del mundo,
me traía noticias de una tierra
que existe más allá de lo que existe
cada vez que cifraba las palabras
y el alma disfrazaba tras los signos.

Vivir entonces sólo fue aguardar
que otra vez de esa tierra regresara
y saber que, en efecto, alguien había
allí, del otro lado, cerca y lejos
de mí, en silencio cómplice, esperando
mis señales, acaso mi existencia.

Alguien cortó sus alas y mi vida
aquel atardecer que Dios confunda;
alguien que mal me quiere y que mal haya.

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