miércoles, 21 de marzo de 2007

En soledad, no solo

Confieso no entender las tendencias gregarias de algunos individuos de mi especie. Ese afán de interpretar la dimensión social humana como cantidad de gente reunida, ese medir la riqueza de la relación con los otros en función del número de otros relacionados, esa desazón por encontrarse, verse, hablarse de varios en varios, de muchos en muchos, de inmensidades en inmensidades se me antoja, a mí por lo menos, un tanto preocupante. Yo diría que es una rasgo disecado de juvenilización (palabreja esta que emplean los antropólogos para hablar de la pervivencia de rasgos juveniles en nosotros), es decir, pura taxidermia de la adolescencia, que es cuando se va en grupo a todas partes. Pero, fuera de esta etapa de la vida, en que lo más importante es superar debilidades y conquistar certidumbres, insistir en la idea grupal de la relación es un atraso y no aporta nada a nadie, salvo escándalo, barullo y un punto de alienación.

La vida con los demás, humanamente hablando, tiene la finalidad de hacer un cosmos de cada uno de esos “demás”; y digo cosmos (orden), que es concepto cualitativo, y no caos, en que el desorden implícito nos deja "el todo" en mera y confusa dispersión cuantitativa. Pero construir el orden requiere sosiego y relación exquisita; exige diálogo, palabra, atención, preocupación por el otro, interés… Sólo unos pocos pueden participar de este banquete, y esos pocos se habrán elegido entre sí por sus recíprocas afinidades. La gente que necesita estar con mucha gente es porque todavía no sabe soportarse a sí misma ni vivir con personas: sólo sabe coexistir con multitudes (cuando les faltan éstas, suelen encender el televisor, que es la multitud más amorfa que puede pensarse).

Nunca estamos solos si hemos aprendido a estar, de verdad, con los demás; o, como más bellamente dice Quevedo:

Puedo estar apartado, mas no ausente;
y en soledad, no solo…

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Multi sunt vocati, pauci vero electi, et columbae non sunt.

Vale

David

Anónimo dijo...

Hagamos talleres de convivencia, de padres y madres y perrito que nos ladre. Amasemos este mundo.

Montserrat dijo...

Ahora comprendo porque Quevedo es tan querido por ti y por mi antiguo maestro: en tan pocas palabres decir tanto...
Y además que razón tiene, que broche de oro para tu lúcida entrada.
Gracias por estar por ahí diciendo las cosas por su nombre, Antonio.