miércoles, 31 de octubre de 2007

La justicia y la sonrisa irreal

Metafísicamente, la justicia es una reparación del ser burdo y anónimo, del ser sin razón, que es el ser de los hechos que simplemente ocurren, pasan, estallan... La justicia tiene una función armonizadora en el alma, apaciguadora de la ansiedad sentida, del dolor sufrido ante lo que sucede sin deber suceder, ante ese modo brutal de hacerse el mundo acontecimiento acéfalo. Porque la guía de cómo debe hacerse no está en el ser que es, sino en la objetivación de todas las almas que llamamos ley moral, que prolongamos en ley positiva.

La justicia tiene la obligación de que el deber ser sea, de que nada que deba ser se diluya en ceniza de su abandono. Por eso la justicia, en cada uno de los hombres, en cada uno de los estados, es virtud vertebral, eje central de su osamenta. Sin ella, sólo queda el diagnóstico de un cáncer social, de una enfermedad terminal de la civilización.

No puede la justicia convertirse en espectáculo de grandes titulares para terminar en panfleto de vodevil. No puede anunciarse como muralla de contención para las aguas crecidas y terminar arrojando unos cuantos chalecos salvavidas desde el aire. O lo primero sobra, o lo segundo insulta. Y una justicia que sobra o que insulta es simple corrupción del estado. Me parece innecesario enumerar todas y cada una de las situaciones “cotidianas” (delitos comunes, violaciones, pederastias, “violencias de género”, terrorismo…) en que un ciudadano puede haberse sentido ofendido o burlado. ¿Quién puede negar que el anuncio “brillante” de la “ley” que corrige el ser burdo no se queda después en triste torpeza o en farsa insultante?

No iba a hablar de estas cosas. No quería hablar de nada. No me gusta como acaba octubre. No me gusta este fin de trayecto cuya segunda estación veo ya por la ventanilla. Quería pensar en las lluvias de otoño que no vienen, en amores que sueñan las edades que declinan sus últimos sustantivos. Y me ha nacido una rabia repentina (¿por qué será?) desde el poco ser social que aún me queda, desde el mucho dolor que siento por la tierra en que vivo y en que, hace algún tiempo, ya no logro creer ni esperar nada.

Perdonadme, pacientes amigos. Es verdad que estoy harto y que me siento de sobra, como muchos probablemente con más luz que la mía. Aunque no lo parezca al pie de página de los gestos cotidianos. Aunque no se me note del todo detrás de esa sonrisa, realmente irreal, que ensayo cada mañana frente al espejo.

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