domingo, 21 de octubre de 2007

De voluntad y esperanza

Para mi hija Leyre, por este mal momento suyo que, estoy seguro, será puerta de otros mucho mejores.

Ocurre a veces; en realidad, ocurre muchas veces: se nos cruza un amable suceso en la vida y conjugamos un programa de futuros imperfectos sobre tal suceso. A partir de ese momento hipotecamos el alma con créditos irreales, y olvidamos que los sueños tienen que pagar al cabo elevados intereses a la contrariedad. Pero no podemos evitarlo: vivir, para nosotros, para este vertical delirio de entusiasmos que somos, no puede sustraerse a la generosa locura de dar el corazón para inventarse la vida, para elevarse por encima de los demás animales, que lo tienen muy fácil porque ya la tienen hecha. A su instinto y su estar en donde tienen que estar, nosotros oponemos la voluntad y el no hallarnos en los mapas que quisiéramos siempre. A cambio, nosotros podemos ser felices cuando los futuros imperfectos se convierten en pretéritos perfectos. Aunque entonces la felicidad se nos vuelva nostalgia, aunque entonces el tiempo nos ponga cara a cara con otros imprevistos e inexplicables dolores. Un animal, sin embargo, no puede ser feliz, todo lo más que puede es sentirse satisfecho. Pero eso no es la vida, eso es simple biología.

Y es que la vida humana, su aplazada felicidad, exige una inversión frecuente en dolor y en adversidad. La felicidad es una conquista, y no hay conquistas fáciles: si las hubiera, no lo serían, serían ocupaciones de territorios frecuentes, pasto común para elementales necesidades.

Hay que esperar en uno, hay que creer en uno: somos nuestro trapecio circense y nuestra red, nuestro riesgo y nuestra salvación. Estamos hechos de voluntad y de esperanza, de una grandeza inevitable y de una virtud fundamental.

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