martes, 30 de octubre de 2007

Otro roto

Yo venía con ganas de poner algo de orden sobre el barullo de cosas que le ocurren a uno a lo largo de un día cualquiera. Todo eso que dicen que hemos vivido; o mejor, que hemos muerto, otro poco sobre el poco de ayer y el etcétera largo de ayeres que algunos tenemos. Yo venía colocando en silencios los hechos y en no hablar las preguntas; esas que uno se hace y no sabe por qué se las hace. O sí que lo sabe y no quiere saberlo.

Desde el coche veía, a lo lejos, la ciudad en su noche temprana, en sus luces recientes sobre el perfil geométrico de los edificios y el rosario insolente de las altas farolas. Más arriba, la tarde vencida. Y Júpiter, débil, un poco más alto. El resto, un azul en creciente negrura.

Pocos hay que descubran el calor monacal de los coches; pocos hay que lo aprecien. Sin embargo, es lo único que merece la pena de ellos. Al terminar el día, cuando todo es perfecto (y lo digo en sentido verbal de estar todo acabado), cuando ya sólo queda en el tiempo la memoria de uno, entonces esa concha metálica se convierte en un claustro. Y podemos callar con nosotros, y mirar hacia dentro, y pensar, y saber, y llorar sin que nadie interrumpa la amarga verdad de aprendernos.

Me duelen los tangos y ya no los pongo. Me paso la vida poniendo dolores inútiles donde no debería. Me duele doler y dolerme. Y no sé por qué ocurre, por qué soy como soy, por qué no se harta la tierra de mí…

Estoy mejorando: venía con ganas de ordenarme la vida y acabo de hacerme otro roto en el alma.

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