sábado, 20 de octubre de 2007

Mirar el silencio

Vengo de la calle y, naturalmente, hay mucho ruido. Muchísimo diría; una algarabía de voces, de ritmos estruendosos hasta la náusea, de gritos a secas en elevada y estúpida competencia con otros gritos, de frenazos en las esquinas, de policiales sirenas, de carcajadas de vómito en decibelios… No se trata de ninguna revolución ni de ningún clamoroso estallido social por fin de penuria alguna. Es un ruido por nada, un ruido porque sí; lo que lo hace aún más insensato o, por lo menos para mí, más incomprensible. Porque, según yo entiendo, lo del hombre es hacer las cosas por algo, por alguna razón ajena y deseada que se persigue. No estamos, en consecuencia, ante ningún caso de justificación de fin por medios ni de medios por fines, estamos ante unos medios desnortados y descerebrados que se han quedado en una soledad de sentido preocupante. Estamos ante una necedad.

Este ruido, como casi todo lo que de un tiempo a esta parte observo en mi especie, parece exclusivamente deportivo: se trata de ganar a los demás ruidos, o al ruido del último fin de semana. Hay que batir un récord. No importa de qué. ¡Más lejos, más alto, más fuerte!... Y digo yo: ¿por qué se olvidan del más lejos?, ¿por qué no se van todos con su olimpiada de alaridos al Ngorongoro, por ejemplo, que, allá en Tanzania, debe de sentirse ahora “silenciosamente aburrido”?... ¡Pobres gacelas, pobres avestruces, pobres hienas…! Lo entiendo: esto sería un atentado contra el medio ambiente; y, puestos a cometer atentados, ya sabemos que es preferible que la víctima sea simplemente humana; de hecho, tengo leído el interés que muestran las grandes potencias “civilizadas” por una bomba termobárica que no deja bicho viviente, pero sí “impecables” las condiciones medioambientales. Definitivamente, somos gili…

Vengo de la calle y, como no podía disfrutar de la audiencia del silencio, me he dedicado a mirarlo, muy arriba, en ese cuarto crecedero de luna que hoy tocaba. Y he pensado en la paz impensable de una bandera que dejaron allí, hace casi cuarenta años, un par de familiares de la especie. Probablemente, también para nada, pero, al menos, a trescientos mil kilómetros de toda esta idiotez escandalosa… Y colectiva.

No hay comentarios: