lunes, 8 de octubre de 2007

Mundo "en sí"

Cuando intento impresionar a mis alumnos acerca de la relativa objetividad de nuestro conocimiento sensible, les sugiero que intenten imaginar cómo sería ese impenetrable mundo exterior si nos dejáramos de ojos, de oídos, de olfato… Les pido el imposible de pensarlo en sí; o, en su defecto, de concebirlo en su ilusoria consistencia física. No es un experimento muy original, Russell hace algo parecido en La perspectiva científica. La verdad es que no lo consigo: más que impresionar, lo que provoco es una gesticulante ola de estupor; a veces, hasta alguna mirada de compasiva piedad.

Probablemente, el común de la gente hiciera lo mismo. El substrato mas firme de nuestra certidumbre, sigue siendo tomasiano, quiero decir, de manos en la llaga y dedos en la herida de los clavos. Sin embargo, la verdad de que vivimos está hecha de sutilezas similares a las del dubitativo apóstol, y en ellas nos sentimos profundamente incómodos. Pensar que en ese todo, exterior a lo que pienso, o creo, sabe Dios, no hay formas ni colores ni sonidos ni cuerpos netamente independientes, sino un magma, difuso, átono y acromático, un soso colectivo de campos energéticos entrópicamente dispares que reaccionan entre sí bajo la tiranía de unas cuantas ecuaciones matemáticas; pensar que el mundo, brillante y esplendente, que miramos no es nada más que “una tiniebla fría... más allá del mismo tiempo y más allá de los hombres...” (como dice el enloquecido doctor Xavier en la memorable película El hombre que tenía rayos X en los ojos); pensar –en tiempos tan manuales, tan visuales y táctiles, tan empíricamente embrutecidos, como los nuestros– que el sujeto hace al objeto, que lo salva de su insípida vulgaridad, que lo embellece y redime, que, como he dicho tantas veces, lo dota de sentido; pensar que esa extranjera rareza, nos hace sufrir, llorar, amar, temer, desesperarnos… Pensar estas tontadas, hoy se dice, es rallarse. ¡Cómo no van a poner cara de estupor!

Pero yo, que soy un tonto irredimible, sigo teniendo preguntas que están del otro lado, preguntas que pueden entretenerse con las ecuaciones de la física, tanto da que se refieran al mundo o al alma, tanto da que me hablen de esquizofrenias cuánticas o de cromosomas en artificio de laboratorios. El milagro, inexplicado e inexplicable, sigue siendo que esos dos sistemas de ecuaciones (objeto-mundo, el uno; el otro, sujeto-alma) se relacionen a través de un conflicto de signos inventados que además pueden ser bellos, que además pueden quitar el sueño de una de las partes, que además pueden amarse...

Una pena que, al cabo, nos queramos tan poco.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿"Inventados" en ese "conflicto de signos..." significa "hallados" o "creados"? En el primer caso, me parece todo aún más hermoso.

P.S.: ¡Cuánto recuerdo esa película! ¡Qué locura de rayos X en los ojos!

Antonio Azuaga dijo...

Gracias, Julio, por la puntualización. Ya sabes que, personalmente, me inclino por el “hallados” o descubiertos. Recurrí al “inventados” (debí entrecomillarlo), un poco irónicamente, de cara a los escépticos, para que, incluso ellos, comprendieran que en su “creída invención” hay tanta grandeza que hace hermosamente incomprensible su presunto “juego”.
Muchas veces hemos hablado de esa película, qué te voy a decir… A ver si me la agencio y la volvemos a ver... un día de estos.