sábado, 13 de octubre de 2007

Necesidad de la poesía

No me refiero, claro está, a los endecasílabos o alejandrinos, más o menos cojitrancos, que se caen por aquí de vez en cuando. Tampoco a los padecimientos de otoño o primavera con los que quien más, quien menos acompañan sus soledades y sus abandonos. No hablo de las “poesías” que, con mayor o menor acierto, casi todos hemos ensayado alguna vez: ésas responden también a una necesidad, quién lo duda, y me parece de lo más respetable que se escriban y se lean en los círculos de su vecindad inmediata. Pero la humana necesidad a que quiero referirme tiene meridianos de extensión mucho más amplios. Responde, como la filosofía, a otras llamadas, a otros foros a los que sólo algunos están convocados.

No es mi alma, es el alma; no es mi amor, es el amor; no es mi esperanza, es la esperanza... No es mi anécdota, es la historia. Si la filosofía es interpretación, la poesía es intervención. No modificación, eso es la técnica, el aburrimiento eficaz de la técnica. Mi única enemistad con Platón está en su aversión por la poesía, porque la poesía no es una enseñanza de errores, sino la moral de la belleza. La ética y la poesía se diferencian muy poco: ambas tienen por objeto el deber ser. La primera es su exigencia, la segunda su exhibición; aquélla es voluntad de acción, ésta corazón de la voluntad, sentimiento que interrumpe la vulgaridad del mundo, la zafiedad de lo dado. Pero ambas intentan corregir la insatisfacción que hace nacer la filosofía: la frustración ante el ser, esa poquita e insuficiente cosa con que me encuentro todos los días.

Es en este sentido en el que hablo de necesidad, de humana necesidad, de la poesía. Quienes habrá que piensen que lo digo mal, que me quedo corto, que debiera decir arte en vez de poesía. Lo siento, pero no: el arte es un particular de la poesía, no al revés. Todos los esfuerzos de aquél son intentos de hallar el poema adecuado: el volumen quiere ser palabra, el color quiere ser palabra, la armonía quiere ser palabra… Todas las formas del arte son una desazón por la palabra, una determinación hacia la poesía.

Por eso, cuando la poesía pierde terreno, cuando se olvida, cuando no se lee, o se lee sólo en los silenciosos círculos de sus grandiosos descubridores, la cultura cojea. Por eso nuestros días cojean.

Por eso nuestro tiempo no tiene “…ni una almena / que pueda decir…” que es suya.

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