martes, 23 de octubre de 2007

No Man's Land Fort

Ya sé que no soy deseable: si yo tuviese alguna relevancia pondrían una cruz roja sobre mi nombre. De hecho, y sin tenerla en absoluto, la han puesto algunas veces. Pero no soy rencoroso y no me importa. No tengo ambición, ni poder, ni capacidad posible de tener una u otro; ni lo tengo ni merece la pena que lo tenga. Cuando hablo del hombre, me refiero a una abstracción; es decir, que la implicación semántica de mis tontas palabras es con una abstracción, difícil o imposiblemente concretada en realidad alguna. Me importan las personas, eso sí; pero el concepto de persona está un par de palmos por encima de aquél: huele a moral, alegría y tristeza; a entusiasmo, compromiso y renuncia; a dolor y a caricia; a mirada de complicidad enamorada… Huele a ángel, no a conflicto callejero o cuchillada de suburbio… Huele a distancia de inexplicables proximidades, no a proximidad de comprensibles distancias.

Así que lo de anoche fue toda una revelación. A renglón seguido de escribir esa petulancia del reino “en otra parte”, me encontré la noticia de una venta: una fortaleza (No man’s land fort) a la que sólo puede accederse por aire, situada en el canal de La Mancha, a cinco kilómetros de Portsmouth… Dejando aparte su remota historia y su cercana anécdota (al parecer, su último propietario fue encarcelado por fraude), me pareció el lugar idóneo para un animal tan huraño como yo. Vivir sin molestar o ser molestado, en una circularidad de soledad perfecta, es lo más parecido al Paraíso para quienes tenemos la costumbre de no acostumbrarnos a las institucionales tomaduras de pelo de la Historia. Uno se cansa de ser el mono de la contrariedad, de estar en la verdad, o en el error, sabe Dios, de modo permanente, sin otra frase al alcance de los labios que el “no me gusta, no me gusta”, tan en apariencia orteguiano como precario en soluciones. Me iría, pues, incluso echando de menos los árboles de otoño. Y el Paseo del Prado… Y el cielo de Madrid… Y el Madrid de los Austrias (aunque ya no haya Austrias, ni calles donde suenen las espuelas, ni espadas que debatan en el aire la mordaz insinuación de un soneto inoportuno). ¡Una pena saber que uno desea dejar de ser el ser que deseaba!

No man’s land… Tierra de ningún hombre, tierra de nadie… Anoche me dormí oyendo el mar embravecido, bajo un toldo rosáceo de nubes sin ranura a las estrellas. Pero no me importó: dormí plácidamente.

Una pena… Para mí por lo menos.

2 comentarios:

Jorge Fernández Pavía dijo...

La naturaleza es tan imprevisible como constante en su determinación. Enhorabuena por el blog.
Un saludo
Jorge de Mena

Antonio Azuaga dijo...

De acuerdo con lo que dices, aunque kantianamente, que es como hablaba en el apunte “En otra parte”, la Naturaleza sea patrimonio de la causalidad, es decir, de la previsibilidad, y nosotros su contrapunto, su loca rebeldía, su natural imprevisible: la libertad. Perder ésta es perder “nuestra naturaleza”.
Gracias por tus palabras.
Un saludo.