domingo, 28 de octubre de 2007

Un lujo de la evolución

Acarician, advierten, indican… O saludan y despiden. O amenazan, detienen y golpean… O se enlodan, a veces, con la muerte. Pueden danzar sobre el sexo de una guitarra, o perseguirse enloquecidas por la escala albinegra de los pianos. O enlazarse piadosas y rezar; o suplicar y juntarse en humildad paralela... Moldean, construyen, escriben… Incluso, hablan. Son un lujo de la evolución y un golpe de autoridad de la vida; un acto de rebeldía de la naturaleza, que se niega a ser función habitual y única. No les basta con ser extremidad que trae, que lleva, de un lugar a otro al organismo que arrastran encima. Quieren ser otra cosa, cualquier cosa, que sirva para lanzar una especie hacia delante, que sirva para que un animal vertical comience la tarea de querer ser más, mucho más que el ser precario que recibe.

Manos benditas, manos admiradas… Llevo todo el día con esas dichosas manos metidas en la cabeza. No las he visto… Aunque sí las he visto; esta mañana, entre las soledades (hoy menos soledades porque era domingo) de los museos, tras el caparazón transparente de las vitrinas. Me ocurre siempre. He visto su anónima heredad, su maravilla inmensamente lejana, su prodigiosa elegancia sobre el barro, sobre un montón de arcilla amorfa. Y el milagro de un vaso, un ungüentario, una crátera hermosa. No he podido evitar avanzar de esas manos a esos brazos, de esos brazos a ese cuerpo, de ese cuerpo a esa alma… Era un hombre en el mundo. Casi podía verlo; casi con él hablar; casi reír, casi sufrir, casi pensar… Dos mil y pico años de distancia, pero… ¡lo sentía tan cerca, tan aquí, tan a mi lado…!

Acarician, advierten, indican… Se besan a la mujer, se estrechan en el hombre. Se escaparon de la naturaleza. Se hicieron para la Historia.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Has descrito la esencia de mi trabajo, lo que siento cada día que me enfrento a lo que para muchos son sólo piedras. Si todo el mundo "avanzara de esas manos a esos brazos", verían que, realmente, no miramos las piedras.

Antonio Azuaga dijo...

No sabes lo que me alegra saber de ti. Es verdad, tu trabajo es humanamente hermosísimo. Íbamos “por los etruscos” y no pudimos entrar, nos quedamos en los púnicos (el del ungüentario lo era), los fenicios, los griegos… Pero no me importó. Además, creo que ya sabes que una de mis dos mil trescientas setenta y cuatro vocaciones fue la Arqueología, otro de los saberes más vecinos del hombre.
Un beso