sábado, 6 de octubre de 2007

Mañanas de octubre

Conrado, amigo mío, este apunte es para ti, tan amante de Madrid que aún sus calles y sus rincones te echan de menos. Para ti, que hace veintisiete años hiciste dolorosamente real entre nosotros ese decir “De Madrid al cielo…”

Por si te sirve este “agujerito para verlo”. Por si te sirve para vernos…

Un abrazo, amigo mío.


Las mañanas de octubre son para pasear. En Madrid, por lo menos, y quienes puedan, naturalmente, que no es mi caso. Para cruzar Recoletos camino del Prado y escuchar el borboteo de la fuentecilla de la Mariblanca sin Mariblanca. Y cruzar la Cibeles; y pasar por la fuente de Apolo; y, al llegar a Neptuno, subir por Felipe IV hacia el Retiro.

Las mañanas de octubre en Madrid son para pasear a solas con las manos en los bolsillos, desocupándose el alma de amarguras, toreando ocupaciones y preocupaciones. Están puestas por Dios en los calendarios para recuperar lecturas bajo los castaños envejecidos, o para echar migas de pan a los estanques con patos, o para sentarse en el Paseo de las Estatuas y charlar un ratito con los reyes godos, y, de paso, pedirles perdón porque se les convirtiera en arquetipo del saber innecesario… Porque luego vino el “saber necesario”, que no tenía listas de nombres, ni fechas de batallas, ni ciudades de armisticios, y el resultado fue… que ya no sabemos nada (miento: podemos dar una filiación exhaustiva de cualquier concursante del “Gran Hermano” o de un tonto que creo que se llama Carod y que hace ruborizarse a los peores chistes del sufrido Lepe).

Las mañanas de octubre en Madrid tienen un cielo inexplicable y un estallido de almagres y amarillos, de oros avejentados y rojos adormecidos en las copas serenas de sus árboles. Y tienen-no-tienen niños, que han empezado sus colegios (en septiembre, por cierto, que debiera ser un mes de prólogos y no de primeros capítulos), a quienes yo daría un permiso imposible de novillos para visitar sus parques, sus jardines, sus rincones… Aprenderían allí lecciones de belleza para que al cabo de los años pudieran examinarse de melancolía, que, frente a lo que se piensa, no es ninguna enfermedad, sino una disciplina del sentimiento.

Y es que en Madrid las mañanas de octubre tienen algunas rosas, por ahí perdidas, donde uno puede dejarse a tiras la memoria en las espinas de los sueños incumplidos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hermoso paseo por Madrid, Antonio, y muy hermosas las palabras que dedicas a Conrado.

Antonio Azuaga dijo...

Gracias, Julio. Espero que a él también le haya gustado.