jueves, 11 de octubre de 2007

Extraños

Qué extraño queda el sol en esta tarde sobre la fachada roja del edificio de enfrente. Qué extraño contra el gris claro, gris intenso, gris violeta de un nubarrón inmenso que cierra la mirada a otros cielos posibles. Qué extraña su luz acobardada, ese rasgón de oro fundido con que hoy me está diciendo adiós el día.

Hay una mesa a mi izquierda que parece una papelería anarquista. Hace dos días ha aparecido entre sus papeles un libro. No sé quién lo ha puesto allí; yo, que recuerde, desde luego no. Alguien lo ha sacado de la estantería del fondo y lo ha dejado en esa mesa revolucionaria. Es La deshumanización del arte. Es el viejo Ortega en un libro viejo sobre mi vieja y confusa mesa. Lo he abierto al azar para arrancarme la mirada de la extrañeza del sol en esta tarde. Leo que “...el significado originario de la palabra musa es ocio”, y pienso en los ocios de hogaño... Leo que el ocio es “…el esfuerzo que dedicamos a lo irreal, a lo supremo”… ¡Pobre Ortega si levantara la cabeza!, ¡el ocio dedicado a lo supremo!

No me gustan los tiempos que corren: no son mi tiempo (¿lo habré dicho alguna vez?). Ellos y yo sentimos una incomodidad recíproca. Porque yo tampoco les gusto, estoy seguro. Somos una extrañeza coincidente, como el sol y el gris violeta de la nube enorme. Y cada día más. Pero no hay tribunales en el mundo que me quieran cursar la demanda de divorcio. Si lo llego a saber, me quedo en el silencio; en la provincia de la ingenuidad de que, por lo visto, procedo; donde estaba aquel niño –a todos los viejos les queda un niño en la memoria–, tan anarquista como mi mesa, que hacía y deshacía la verdad que se le antojaba; un pequeño dios que jugaba, como todos los niños pre-pentium, dedicado a lo irreal, no a lo virtual, que es un asco de palabra, que es una falsificación en toda regla.

Me han bajado la persiana. Ya no hay luz, ni fachada, ni nubarrón… Sólo queda el extraño, los extraños mejor: el reloj y yo. Se vengará de mí cualquier día –los relojes son así–, se vengará de mi desamor. Y hasta en eso será necio: ¡no sabe lo que gano en su venganza!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Esa distinción entre "irreal" / "virtual" da para mucho. Yo, de todas formas, no sé si utilizaría "irreal".

Antonio Azuaga dijo...

Lo de “virtual” está claro: es una cobardía de la imaginación, que no se atreve a tirar de sí misma a solas, que busca su valor en la alucinación de los sentidos. Entiendo tu precaución ante “lo irreal”. Quizá no lo sea, quizá lo verdaderamente real para el hombre debiera ser lo irreal, eso a que se dedica el ocio según Ortega, eso que pone, o ponía, el niño cuando jugaba, eso que hace aparecer el poeta en sus palabras, eso que lleva a Don Quijote a recorrer La Mancha con generosa inversión en voluntad y triste rentabilidad de derrotas… A fin de cuentas, lo que decimos comúnmente que es “real” no es más que otra engañifa “virtual” del mundo sobre nuestros atolondrados sentidos. La única diferencia con “las otras virtualidades” es que ésta es colectiva.