sábado, 27 de octubre de 2007

Gómez Ortega, 28

Era una casa peculiar, así me lo parece ahora. Entonces no, entonces sólo era donde nosotros vivíamos; nosotros y dos familias más, que eran mi abuela, mis tíos y... Jorge, un primo pequeño, un casi hermano, un cómplice en los mundos irreales de la infancia, en las fantásticas empresas de aquella imaginación maravillosa que no tenía grilletes, que jugaba a ser, no a ver; que lo suyo eran juegos, que no eran videojuegos. El agosto maldito del 73 le rompió la juventud sobre una moto. Todavía existía aquella casa de largos pasillos y altísimos techos a la que entre bromas nos referíamos como Villa Mercedes, por mor de la dueña que así se llamaba.

"Gómez Ortega, 28"... Ya ni siquiera el nombre de la calle existe: se lo robó "Cartagena", el rabo de "Cartagena" que ahora oculta de asfalto los enterrados adoquines suyos. Una puerta de forja oxidada daba acceso a un jardín sin concierto donde las cosas no estaban colocadas, sino que parecía que estaban donde las había depositado el tiempo. Un castaño, tres pinos, un eucalipto, un par de parterres con rosas, una exótica pita, dos macetas enormes de hortensias rosadas… Y mucho más, porque, en realidad, aquel jardín era el mundo de Verne y de Stevenson, era la tierra donde sobrevivía la película del último sábado y era ese azar de vivir inventado con que el niño transforma en viables los sueños. No era un jardín solamente, era un proyecto de historia de dioses pequeños.

"Gómez Ortega, 28"... Sobre ese nombre sin calle, sobre ese número sin vivienda, hoy se levanta el Museo de la Ciudad. Después de todo, me parece un destino hermoso: pocos podrán presumir de tener un museo encima de su infancia, una memoria tan grande encima de la insignificante suya.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Antonio, qué curioso. No conocía los origenes del Museo de la Ciudad. Estuve a punto de ir con mis hijos hace poco. Ahora cuando vaya sé lo primero que les voy a explicar: "Este museo está encima de la infancia de un hombre NADA insignificante."
Por cierto,qué bonito lo de esas lagunas oscuras que llevamos en el alma y que nos crecen, a veces, hasta el nivel de los párpados inferiores.....!qué bien sienta casi siempre la poesía!

Antonio Azuaga dijo...

Muchas gracias siempre, Inma, por tus palabras. Pues sí, justo en la esquina de Pechuán con lo que hoy es prolongación de Cartagena, buscaba yo escarabajos con una linterna en las noches de verano. Hará de esto… ¡una media docena de eternidades!
Un beso.