martes, 1 de mayo de 2007

Héroes de nuestros días

En Madrid estamos de conmemoraciones. Aniversarios localmente heroicos por una parte, universalmente laborales por otra. Unos y otros han tenido siempre perfiles de lucha, levantamiento o reivindicación. Grandes valores, grandes palabras, como independencia, justicia, libertad, derecho, encajarían perfectamente en cualquier discurso que se dedicara a cualquiera de ellos. Son días, pues, que traen a la memoria el enfrentamiento con la injusticia, la rebeldía ante la opresión, el dolor y, también, la muerte. Para Madrid, recordar el 2 de mayo es recordar al Goya de los Mamelucos, de los Fusilamientos, de los Desastres de la guerra… Para los madrileños que ya calzamos un número alto en el zapato de nuestra edad, recordar el Primero de Mayo es recordar un indefectible partido de fútbol el 30 de abril –como antídoto de posibles manifestaciones–, carreras y detenciones por la Gran Vía (entonces José Antonio) y aledaños, y unas insoportables sesiones de Coros y Danzas en el estadio Bernabeu.

En el Madrid del 2007 ya no hay “francés” que nos oprima ni dictador que nos reprima. Sin embargo, las reivindicaciones por las “causas justas” siguen ardiendo en sus calles y los jóvenes más vigorosos afrontan, de modo encomiable, todo tipo de riesgos en su salvaguarda. Ayer, sin ir más lejos, en el castizo barrio de Malasaña (muy del momento, por cierto) un centenar de estos aguerridos ejemplares luchó con coraje y nobleza arrojando botellas, quemando contenedores e hiriendo a varios policías en defensa de su “botellón”. Los historiadores debieran ir abriendo párrafos en sus crónicas para que, junto a Daoíz, Velarde, Ruiz o la propia Malasaña, pudieran figurar en breve estos anónimos y heroicos combatientes.

Creo que sobra cualquier esfuerzo por mi parte en lo que a la conclusión de las premisas anteriores se refiere. Citaba al principio grandes palabras como catalizadores de las hazañas que hoy se conmemoran. Tal parece que se me ha olvidado “una” que actualiza a todas ellas y las sitúa a la “altura de los tiempos”: botellón.

No sé si reír como Demócrito, o llorar como Heráclito; lo que sí me gustaría saber es lo que piensan muchos de nuestros políticos; no lo que dicen, siempre marcado por el repugnante mercado de ganar o no perder votos, sino lo que piensan; si consideran o no que es terrible esa degeneración en los ideales o motivos de la gente, si consideran o no que tienen ellos alguna responsabilidad en tanto absurdo, si consideran o no que el demagogo es un traidor a la democracia y que ésta es real si es cualitativa y no un cuantitativo amontonamiento de caprichos animales, si consideran o no que un “cuantitativo amontonamiento de caprichos animales” no es nada más que triste Demagogia.

Al final, creo que lloraré como Heráclito.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Créeme, Antonio: es mejor tomárselo a risa, porque no tiene remedio.

Antonio Azuaga dijo...

No, si reír, me río; lo que pasa es que, ya sabes, de tanto reír uno acaba con lágrimas en los ojos.