domingo, 27 de mayo de 2007

Zeuxis, Parrasio y la política

Es una historia bastante conocida. La refiere Plinio el Viejo en el libro XXXV de su Historia Natural, la recoge también en su Estética Hegel. Nos habla de una especie de competición entre dos afamados pintores de la antigüedad: Zeuxis y Parrasio (o Praxeas). Ambos vivieron en la Grecia espléndida de los siglos V y IV, ambos gozaban de una mano maravillosa que jugaba con la luz y los volúmenes hasta lograr efectos de un realismo extraordinario; un realismo que, como todo realismo, siempre es una falsificación, pues su objetivo es presentarnos como real lo que no lo es. Se cuenta que, en aquel enfrentamiento de sus virtudes, Zeuxis pintó unas uvas de tan exquisita perfección que unos pájaros se acercaron a picotearlas. Nada pudo satisfacer más a Zeuxis que, convencido de su victoria, se aproximó a la tablilla de Parrasio para levantar la tela que la cubría. No pudo hacerlo: la tela que supuso ocultaba la pintura era la pintura de su rival. Zeuxis había engañado a los pájaros, pero Parrasio había burlado a Zeuxis.

No es ocioso hoy recordar esta historia. Precisamente hoy que millones de ciudadanos hemos cumplido con los oficios religiosos de las urnas; precisamente hoy que nos hemos acercado a picotear el riquísimo muestrario de uvas que pinceles de palabras han dibujado sobre nuestras preocupaciones; precisamente hoy que los Zeuxis de proyectos, esperanzas y promesas han dejado su obra espléndida de reales irrealidades ante nuestros ojos de gorriones ingenuos. A partir de mañana empezará la segunda parte del cuento, la de Parrasio y lo que en verdad desearíamos que sucediera al cabo: que pudiéramos alzar una tela que es de “tela” para descubrir unas uvas que son “uvas reales”. Sin embargo, debo reconocer que, en este respecto, hace tiempo tengo el alma nublada de escepticismo: mucho me temo que, cuando intentemos levantar el velo, no descubramos nada más que una pintura más perfecta. Pero ya no seremos pájaros ingenuos, sino algo peor: seremos hombres burlados.

Termino este apunte como un idiota que se ha convencido a sí mismo de que hoy ha hecho lo que no tenía que haber hecho... ¡Pero lo ha hecho!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Ay, amigo Antonio, simplicitas ignorantia, que diría San Anselmo!

Antonio Azuaga dijo...

¡"...stultorum infinitus numerus est", que dice el Eclesiastés!