miércoles, 23 de mayo de 2007

La elección de Endimión

Endimión es un pastor, nada más que un pastor. Sus ojos deben de tener una amplitud espacial y temporal de la que quizá carece el resto de los hombres, el total de hombres que no tiene que pasar horas larguísimas observando la inmensidad terrena en que pace su ganado. Endimión además es gobernante de soledades, su patrimonio más hermoso se atesora en su silencio y su mirada. Sólo el viento le llega como palabra del día, como discurso de una realidad que a veces, sólo a veces, se acentúa con la tilde de los pájaros. Si es verdad que los sueños se esculpen en el mármol de las horas en que andamos despiertos, los sueños de Endimión tienen que ser inmensos, tienen que proceder de una dilatación inexpresable del alma. Dormidos, siempre amamos cosas más grandes que esa parcela de vulgaridad que contemplamos durante la vigilia. ¿Cómo serán entonces las noches de Endimión que tiene ojos de lejanía inefable?

Ya sé, ya sé, demasiado bucólico: Endimión y Selene, un pastor y la Luna. Pero ¿de quién, si no, podría enamorarse un hombre de tan largas vigilancia y soledades? Sin embargo, lo más extraordinario de Endimión no es la inaccesible divinidad que ama, sino el arrojo con que elige cómo ser inmortal para que sea posible, la grandeza quevedesca de su amor: dormir eternamente y despertar cada noche tan sólo el tiempo que dure el beso de ella (Selene, Artemisa, Diana… la Luna). ¡El sueño eterno por un simple gesto al día!

Uno no puede evitar sentir cierta tristeza ante la oscura evolución del hombre: una elección así lo más piadoso que hoy provocaría sería una carcajada.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Estupendo texto. Por cierto, ¿has visto el ridículo re-entierro que han hecho al pobre Quevedo?

Antonio Azuaga dijo...

Hoy no he tenido tiempo para ver casi nada. Buscaré. Y gracias.

Anónimo dijo...

Es cierto. Lo que hoy se venera, la palabra mentirosa, la avaricia por todo aquello que puede acumularse, en otro tiempo (no diré yo falto de mezquindades, que también) sería digno de desprecio.
Honestidad, decencia, honor, son arcaísmos sociales. Lástima.

Antonio Azuaga dijo...

Desgraciadamente, sí. Porque, no es el problema que nosotros, de uno en uno, seamos más o menos mezquinos, más o menos indecentes, más o menos deshonestos, más o menos desleales o más o menos egoístas; el problema es que al “modelo”, al “mito” de referencia nuestro, le parezca muy bien que así sea. El “arquetipo” siempre debe ser grandioso e inalcanzable, como el amor de Endimión y su –hoy diríamos– escasa rentabilidad. De hacerlo “mal” ya nos encargaremos los pobres mortales. El hombre no debiera poder vivir sin grandezas o sin asombros de referencia. De ahí nuestra hodierna vulgaridad.

Antonio Azuaga dijo...

Julio, ya vi el re-entierro. Cierto que días atrás, algo de esto había oído. Sólo transcribo un sonetillo que me ha dictado el “maestro” sobre este particular:

Puestos a considerar
que no estuvieran bien puestos
en esa tierra mis restos,
réstame considerar

que para hallazgos, hallar
que tuvo mi amor arrestos
a la ceniza dispuestos
para no dejar de amar.

Por lo demás, da lo mismo,
sea tibia o peroné,
lo que me ha destartalado

el sueño aquí en el abismo:
no era verdad lo que fue,
sí, que sigo enamorado.

Anónimo dijo...

Chapeau por los dos maestros!

Anónimo dijo...

Bueno... en la primera redondilla hay dos "considerar". No es errata, es que estaba casi dormido. Espero que me perdone el maestro de verdad.