sábado, 19 de mayo de 2007

Mayo y los cúmulos

Han empezado con decidida vocación de catalizar fantasías, próximos al horizonte, de un blanco intenso adornado de volutas grises con que jugaba el sol del orto, como el catálogo de un bestiario para imaginaciones ociosas que pudieran detener el tráfago del día en la mirada –a fin de cuentas, hoy era sábado– y descubrir seres extraordinarios e imposibles en su holganza. Desde un diablo terrible de inquietantes pupilas de color cobalto a un leviatán monstruoso emergente de la mar rizada de otros cúmulos, la cúpula del cielo parecía esculpida de motivos románicos. Y medio yo, camino del estanco, en las nubes –nunca mejor dicho–, leía ensoñaciones como un niño; y, camino del estanco, el otro medio especulaba sobre si habría o no tormenta por la tarde.

Porque mayo es así, vital y dionisíaco: explosivo, sensual, artístico, brillante, colorista, voluptuoso, compulsivo… Suena el despertador en mayo, y hace calor, y el cielo viste de un turquesa radiante; y huele la mañana a una antología de flores anónimas; y se siente el cuerpo –nuestro cuerpo cuando ya no es joven– con la pasión de otros años que no son ya los de uno. Luego, ese mismo día, en el prefacio de su decadencia, ya no es azul el cielo, ya es cárdeno plomizo; ya no hace calor, sino un viento fresco. Y el bestiario del orto comienza a rugir. Y llueve, o graniza; o no pasa nada, pero se oyen truenos a lo lejos. Y caen hojas y pétalos al suelo arrancados de su feliz residencia en un tallo que resiste la violencia repentina de la lluvia. El cuerpo entonces se llena de melancolía, como si un relámpago de otoño nos cruzase la frente. Sin embargo, el olor de las flores anónimas sigue engalanando el aire, como diciéndonos que no, que aún no es otoño, que sigue siendo mayo, contradictorio y desconcertante.

Porque mayo es así, una mezcla de luz, nubes y fantasía; de pasión y tormentas; de amor y tristezas esporádicas; de nariz, pupila y tímpano; donde el mirlo compite con el trueno y el relámpago con la rosa; donde, a partir de cierta edad, amanecemos jóvenes y no lo anochecemos aunque sigamos creyéndonos los mismos.

Donde la vida es más vida que en ningún otro mes del año.

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