miércoles, 30 de mayo de 2007

El otro gato de Schrödinger

Todo platónico es pitagórico y todo pitagórico es un enamorado de armonías y simetrías. Nada más simétrico y consecuente que bajar el telón aquí del mismo modo que comenzó esta función.

Desde el tejado de una tarde lejana viene dando saltos un gato extraño que, de una u otra forma, ha sido algo así como la trama oculta de estos apuntes. Y es que la paradoja de Schrödinger, a través de la extravagante interpretación de Everett, se convierte en una metafísica de pluralidades por una parte, y en una solución radiante de nuestras contradicciones por otra. Si Unamuno hablaba de los yos ex­-futuros como los cabos sueltos del yo que nunca podremos ser porque lo abandonamos al elegirnos “uno” determinado entre “dos posibilidades”, Everett nos dirá que los dos siguen siendo simultáneamente, pero en irreconciliables universos divididos. ¿Qué soluciona esto en nuestras contradicciones? Simplemente, que tales contradicciones no existen: pertenecen a dos yos que, aun teniendo un pasado común, ya no serán capaces de reconocerse. Esos son los "recuerdos irreales" con que tan pesado me he puesto tantas veces.

Cada uno de nosotros es una multitud, o una insignificante divinidad –pero “divinidad” al cabo– que lo es todo. Es el Sísifo penando, que descubre al "Sísifo victorioso", es “literaturizar la vida", es “la pasión del cómico”, es “contar sombras”, es “raptar una sonrisa”… Pero es también recordarse, indagar cuevas del alma, reflotar memorias, hablar con Juan de Tassis y, de vez en cuando, viajar a Siracusa de la mano –cómo no– de Platón para darse cuenta de que no hay error en la felicidad, sino en nosotros.

Puesto a dar recetas de andar por casa, he aquí una para no dejarse vencer por las adversidades (por eso hablé también de luchar con uno mismo y salir siempre victorioso): cuando algo no funcione, cuando la vida se ponga cuesta arriba, cuando los sueños se enreden con los hechos y dejen de ser sueños para ser melancolías, bastará con acordarse de otro yo al que nada de eso le sucede porque antes dio unos pasos que nosotros no dimos. Pertenece a otro tiempo y a otro espacio, pero en algún momento, antes del cisma, anduvo por los nuestros. Carne y alma comunes, por tanto, nos sostienen. Somos parte de su dicha: ¿de qué nos lamentamos?

Esto es lo que le ocurre al enamorado del poema, un poema anterior (9 de febrero) al primer apunte y con cuyo título lo colgué en esta micro-ciudad donde nos hemos cruzado… unas cien veces. Con él queda cancelada la deuda de tanto atardecer.


El gato de Schrödinger

Tiene la culpa el gato aquel de Schrödinger.
Yo no estaría ahora muerto y vivo
por ti si ese bendito gato hubiera
no existido jamás. Recorrería
las calles decadentes de mis años
con la sabia paciencia de quien nada
más que el olvido y el silencio espera.
Vería amanecer algunas veces;
las más, atardecer –cuestión de lógica–,
sentado en algún parque bajo acacias
que no me arrancarían de estas crónicas.

Yo no estaría ahora dilüido
en un estado cuántico, difuso,
entre Hamlet y Hyde, siendo y des-siendo,
pensándome no ser el que se observa
envejecer si mira los espejos.

Viviría entre cosas convincentes
y sucesos comunes, desearía
recordarme en un único intervalo.

Pero ese gato lo ha enredado todo.

Me dividí por ti hace algún tiempo.
No sé cómo ni dónde ni ante quiénes,
pero ocurrió. Tal vez en un jardín
de acacias en otoño, o paseando
las calles de París bajo la lluvia.
¡Qué más da! Sólo sé que tú también
entonces eras otra, sólo sé
que entonces nos amamos y que existe
un lugar en que sigue sucediendo;
sólo sé que ocurrió y yo lo quería.

¡Tiene la culpa ese bendito sueño!

(febrero de 2007)

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Perfecto. En otro tiempo otros buscaban finales gloriosos. Aquí y ahora otro lo ha encontrado. Telón.

Antonio Azuaga dijo...

Telón. Bastidores, rozar de telas suaves, medias luces, tramoya en olvido de espectáculo, olor a maquillaje (maravilloso olor a madreselva triste); camerino sin luces, sin espejo, sin casi camerino… Y el personaje, solo, en el escenario, ante un patio de butacas oscuro y vacío… Y el actor que sale por la puerta trasera, camino de unas cañas y algunas carcajadas. Hay un “yo” entre cervezas y aceitunas que ofrecen resistencia a la espada del palillo. Hay un “yo” bajo focos apagados aguardando otra tarde de hazañas aplaudidas. Y hay un “yo” que quiere ser los dos y no es ninguno.
Gracias, amigo allende el Guadarrama. No hay glorioso final. Hay final.
¡Qué tenga yo que decir esto!

Anónimo dijo...

Más bien, felices cien!

Anónimo dijo...

En fín, los devotos de Everett sabemos,creemos saber, que no hay otro gato, es el mismo siempre. Que no se terminan los atardeceres, estos atardeceres continuan por ahí aunque a veces no los veamos ni podamos leerlos. El truco consiste en encontrar el puente de Einstein-Rosen apropiado y viajar hasta allí. Aunque, pensándolo bien, a lo mejor si que lo hemos encontrado.