lunes, 7 de mayo de 2007

Platón y los vencejos

Los vencejos son pájaros extraordinarios. No gozan de un plumaje estético o de llamativos colores, son simplemente negros, o pardo-negruzcos; no tienen un canto armonioso, únicamente gritan en bandadas que parecen querer ejemplificar sobre nuestras cabezas ese comprimirse y distenderse del sonido que se acerca agudo, que se aleja grave (eso que los entendidos llaman efecto Doppler). No son próximos, ni saltan sobre las calles o parques de nuestras ciudades; más bien los advertimos como una enloquecida multitud de escandalosas pestañas negras danzando sobre los cielos rojos del atardecer.

¿Qué tienen de extraordinario estos pájaros, heraldos ruidosos de los crepúsculos en la primavera? Dicen que duermen volando, que se aman volando, que son aves de sólo cielo, sólo altura, sólo inmensidad del aire; que son como ángeles pequeñitos que no pueden pisar la tierra porque jamás volverían a levantarse. Les ocurre, en definitiva, lo que a todas las cosas bellas que acompañan al hombre que, si se aproximan demasiado a nosotros, se vuelven inválidas, inútiles, incapaces de remontar el vuelo. Se quedan en su curva de oscuridad y, lo que es peor, sin resurrección posible.

Yo creo que son pájaros platónicos. Yo creo que Platón tenía la cabeza llena de estos pájaros y que los contemplaba ensimismado en los atardeceres de aquella lejana Atenas suya. Yo creo que su altura y su distancia se le volvió modelo, arquetipo de estatura incompatible con este aquí y abajo, belleza inaccesible para el hombre, sólo viable para las grandes almas y cuya caída sería como regresar a Siracusa.

Yo creo que, si a Newton le cayó una manzana, Platón se debió de enamorar de los vencejos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Chapeau!

Anónimo dijo...

Merci beaucoup.