jueves, 24 de mayo de 2007

Atardecer prescindible

Le tengo cariño porque lo escribí al hilo de aquel “vendedor de recuerdos irreales” que apareció en el tercer apunte de este blog, allá por el 22 de febrero. Luego lo situé al frente de ese poemario que tengo por ahí y que, mucho me temo, por aquí irá apareciendo igual que un sarampión de tontas vanidades y otoñales melancolías. Como abunda en asuntos ya tratados, si queréis, podéis pasar de largo el atardecer de hoy.


En aquella ciudad compré recuerdos.
No eran recuerdos habituales, cosas
que amontonar encima de mi mesa.
Eran recuerdos de hechos que jamás
me habían sucedido, que ocurrieron
en otro tiempo del que fui arrancado
por causa de un azar inevitable.

Eran voces robadas a mis labios,
sonidos secuestrados de mi oído,
suaves besos que yo desconocía,
pero debieron ser y nunca fueron.

Era una vida mía no vivida,
otra estela de un alma en la memoria
que no era la memoria de mi alma.

Ahora puedo evocar caras extrañas,
traidores con que nunca me he cruzado,
amantes que conozco y desconozco,
sueños que tuve y sueños que he perdido.

En aquella ciudad compré recuerdos.
En aquella ciudad… Donde tu olvido.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Siempre es agradable detenerse a mirar algún atardecer. Este también. Y me encanta.

Anónimo dijo...

Yo no he pasado (y eso que he ganado).

Antonio Azuaga dijo...

Gracias por vuestra lealtad.