miércoles, 9 de mayo de 2007

La muerte olvidadiza

Paseaba por la calle
con la muerte olvidadiza...

Nunca sabré en qué hubiera terminado este aborto (de romance, probablemente) que se remonta al 64 del siglo pasado. Sé la fecha por el trazado disforme de la letra, por el amarillo ahumado de la cuartilla en que está escrito, por el libro –Los pueblos de Azorín– que lo ha conservado 43 años (¡bendito sea Dios!) entre las páginas 126 y 127 de su larguísimo silencio. Este libro me lo regaló un familiar, Francisco Hernández Castanedo, periodista y escritor en su naufragio (como yo, más o menos), cuyo nombre acerco a las playas de este anónimo islote para dar una bocanada de memoria a quienes como él (como yo) apuntan en sus sueños a dianas de más grande ambición que posibilidad real. Me lo regaló tras leer una colegial redacción mía en la que creyó descubrir un “estilo azoriniano”. Estudiaba entonces yo el Cuarto curso de un Bachillerato paleolítico (lo digo por el tiempo, no por su didáctica equivalencia: aquel Cuarto se corresponde con el Segundo de E.S.O. actual; sobran comentarios). Por eso sé la fecha.

La verdad es que hoy iba a hablar de Azorín, de ese viejecito enjuto –entonces aún vivía–, de esa serenidad de su discurso, de esa fotográfica emoción de su palabra –casi siempre en presente–, de esa visibilidad seca y llanera de sus pueblos, de esa poética olvidada –tan suya– de pincelar por medio de adjetivos. Iba a hablar de él y su vejez, arquetipo envidiable de vejez a que entonces pensaba yo que se llegaba, que llegábamos todos; no al otro, al desolador de que habla Celestina. Iba a hablar de mi adolescente pasión por Azorín (busqué su obra de modo compulsivo, como la jovencita a quien le arrancan cierto parecido con una actriz y, desde ese momento, no hace sino hacer por parecerse aún más), y de su vejez, y… del agotador contraste de la vida. Y me he encontrado conmigo, en el primer libro suyo que leí, entre las páginas 126 y 127, paseando por la calle con una muerte olvidadiza.

Cosas del romanticismo adolescente que con más largos años se sienten de otra manera, de otra dolorosa manera.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues tendrías que seguir ese romance. Cuando las cosas a medias aparecen entre las páginas 127 y 128 de un libro es que quieren ser... Es una llamada a nuestra vida olvidadiza.

Antonio Azuaga dijo...

Tendrías razón si así hubiera sido; desgraciadamente, hay un error: estaba entre la 126 y la 127. Quede el error como extravagancia y signo de su inviabilidad.

Antonio Azuaga dijo...

Recogido el lapsus en el comentario anterior, me he decidido a corregirlo en el apunte. Cuando nos veamos, te enseñaré las dobleces del papelito y entenderás el porqué de la confusión. Gracias por tu atención, mayor que la mía sin duda.

Anónimo dijo...

Si la par es la de la izquierda y la impar la de la derecha, sólo podía estar entre una par y otra impar, y no al revés. ¿Cómo no caí?