Evito recoger los más recientes (aunque algunos por aquí hayan caído) porque la cercanía emocional distorsiona casi siempre su posible valor. Y hoy, que no tenía muchas ganas de escribir, me he ido a rebuscar viejas carpetas. En el 2003 me he encontrado "Anotaciones para un cuadro", un tríptico ordenado a la pluma desde “El astrónomo” de Vermeer. Transcribo a continuación el tercero de estos poemas, dedicado especialmente a aquéllos que gusten de este cuadro (a mí me encanta tanto como Lorena) o sean drogodependientes de mirar la noche (que haberlos entre vosotros sé que haylos): los adictos a buscar el exponente a que hay que elevar el alma para obtener la luz; es decir, su logaritmo. ¡Matemática pura!
III
El contador de estrellas no conoce
otro oficio que conjugar palabras
y círculos de hidrógeno en la noche.
Descubre el corazón de Dios al alba
y recoge sus viejos instrumentos
cada vez que amanece. Calla y pasa
de soledad en soledad los días,
como si el tiempo de vivir sobrara,
regalando catálogos con nombres
que no importan a nadie. No le enfada
que los más le confundan con un loco
o le tachen de inútil: ¡tiene tantas
estrellas con sus nombres inventados,
tan perdidas de sí, tan ignoradas!
De cuando en cuando, de mirar la noche,
la noche le devuelve la mirada
y una sonrisa láctea, y un consuelo:
sabe el mundo de sí porque él lo llama
Proción, Aldebarán, Alfa Centauri…
Y vuelve el ser al ser y en ser estalla,
y el tiempo recompone su equilibrio
si la razón su dulce vigilancia.
Entretanto los hombres, a otras cosas;
la vida, a otro negocio; a otra esperanza
menos bella, los mismos que mordieron
del Árbol de la Ciencia… Mientras, calla
el contador de estrellas y calcula
logaritmos de luz en base de alma.
Y el contador de estrellas cada noche
vuelve a su oficio de acercar distancias,
con religioso cuido, con esmero
de artífice hacendoso. La voz traza
el sublime horizonte de los hombres
en su pluma prodigiosa y alta.
Y el contador de estrellas se enamora
de tanta inmensidad de la palabra.
(abril 2003)
III
El contador de estrellas no conoce
otro oficio que conjugar palabras
y círculos de hidrógeno en la noche.
Descubre el corazón de Dios al alba
y recoge sus viejos instrumentos
cada vez que amanece. Calla y pasa
de soledad en soledad los días,
como si el tiempo de vivir sobrara,
regalando catálogos con nombres
que no importan a nadie. No le enfada
que los más le confundan con un loco
o le tachen de inútil: ¡tiene tantas
estrellas con sus nombres inventados,
tan perdidas de sí, tan ignoradas!
De cuando en cuando, de mirar la noche,
la noche le devuelve la mirada
y una sonrisa láctea, y un consuelo:
sabe el mundo de sí porque él lo llama
Proción, Aldebarán, Alfa Centauri…
Y vuelve el ser al ser y en ser estalla,
y el tiempo recompone su equilibrio
si la razón su dulce vigilancia.
Entretanto los hombres, a otras cosas;
la vida, a otro negocio; a otra esperanza
menos bella, los mismos que mordieron
del Árbol de la Ciencia… Mientras, calla
el contador de estrellas y calcula
logaritmos de luz en base de alma.
Y el contador de estrellas cada noche
vuelve a su oficio de acercar distancias,
con religioso cuido, con esmero
de artífice hacendoso. La voz traza
el sublime horizonte de los hombres
en su pluma prodigiosa y alta.
Y el contador de estrellas se enamora
de tanta inmensidad de la palabra.
(abril 2003)
2 comentarios:
Admirable. Con la palabra logras enfocar la realidad, hacerla luminosa y conjugar constelaciones de sentimientos.
Muchas gracias. Por el comentario y la llamada. Tú y yo sabemos que meter la mirada en un tubo para buscar la luz y descubrir su nombre es un quehacer apto sólo para soñadores y noctámbulos. ¿Qué más da que los demás estén dormidos? Velemos su sueño y sostengamos las ganas de ser que tiene el universo: somos el altavoz de su grandeza.
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