lunes, 28 de mayo de 2007

La caverna de Platón y la Tizona de Mio Cid

(Para Mª Espíritu, incondicional admiradora de ‘Mio Cid’)

En la caverna de Platón hablan las sombras. Eso al menos creen sus prisioneros, aunque, en realidad, no son ellas sino sus extraños e inaccesibles porteadores quienes lo hacen. No voy a repetir este pasaje que sirvió al filósofo ateniense para explicar su extravagante concepción de la realidad; pero lo cierto es que su potencial didáctico sigue gozando de una salud extraordinaria. Evito referir a quienes, directa o indirectamente, se han servido de él como pretexto para volcar sus particulares perspectivas del mundo. Lo que es indiscutible es la fecundidad de su semilla, que hace innecesario cualquier tipo de abono.

Sombras hubo que contaron que la espada del Cid era la espada del Cid. Sombras hay que ahora me cuentan que la espada del Cid no es la espada del Cid. Desde Hamlet sabemos que el problema es flirtear con el ser y con el no ser –o quizá desde antes–. Pero lo que me hace gracia de esta idiotez colectiva de que formo parte es ver al juego de intereses revestirse de ideologías y verdades. La verdad tiene su territorio, como el símbolo cultural, el suyo; y no deben producirse interferencias entre uno y otro. Las culturas, las identidades culturales, curiosamente, no se levantan desde una ecuación o desde una ley de partículas subatómicas, sino desde sucesos, objetos o personajes de precaria, dudosa o nula autenticidad. Supongo que nadie cree que la loba capitolina testimonia realmente el origen de Roma o que la tradición romancera de los pecados contra el sexto de Don Rodrigo y La Cava tiene algo que ver con la expansión del Islam en la Península. La verdad de los símbolos y de los héroes se adquiere en las tradiciones, no en los laboratorios; y, además, es una verdad de otra índole: no trata de acomodar –escolásticamente, por cierto– hechos con ideas, sino cosas con emociones, que es algo muy distinto, pero igualmente válido. Sobre todo para quienes, como yo, estamos convencidos de que vivimos en la caverna platónica y de que la verdad es un juego de sombras provisionales que se sustituyen unas a otras, según tiempos y hallazgos unas veces, según modas e intereses otras.

Dejemos en paz al Cid, dejemos en paz su espada, dejemos en paz el sueño de su mano sujetando su empuñadura de museo… Si pudiera demostrarse con absoluta certidumbre que la Tizona es mentira, la Historia no ganaría nada; el vínculo, la conjunción material con un personaje grandioso, la comunión casi carnal con el valor del héroe, lo perdería todo.

Deseo, fervientemente, que no sea esto lo que en el fondo se pretende.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Antonio....como casi siempre, hoy también tienes razón. Dejemos que La Historia gane y defendamos la autenticidad de la Tizona. Al fin y al cabo ¿no es más hermosa esa versión?

Antonio Azuaga dijo...

¿¿¿...como "casi" siempre???
Es broma. Gracias Inma.
Un beso

PD. Acabo de hablar con Mio Cid y me ha dicho que es "la suya".

Anónimo dijo...

Quieren descubrir la verdad precisamente aquellos que venden, no sombras, sino mentiras. ¿No es chocante? Que les den.

Antonio Azuaga dijo...

Que les den... un poco, basta un poco, de grandeza de alma.