lunes, 14 de mayo de 2007

La vida de las cosas

Rodeando mi casa hay un jardín de esos que dicen comunitarios. Es un jardín frondoso y amplio que se ha ido serenando en costumbres y alborotos. Al principio, hace unos cuantos años, al llegar estas horas de crepúsculos y primaveras, se llenaba de criaturas escandalosas que corrían, gritaban, saltaban sobre los bancos, se escondían entre las adelfas, lloraban, prescindían de las advertencias de una madre que las vigilaba atenta, y se reían desalojando el silencio de todos los rincones de la tarde. Mi buen Rama, joven también entonces, contribuía al general alborozo encaramándose al pretil de la terraza y lanzando unos aullidos graves con que parecía jalear a aquella radiante y bulliciosa turba. Era un tiempo de edad nueva; de juego y de promesa, de futuro aplazado.

Hace unos momentos me he asomado a ese jardín donde hay chopos y pinos; y dos eucaliptos y una palmera; y unas cuantas adelfas y algunas rosas; y una placita redonda con un columpio en el centro y cuatro bancos de madera ajada a su alrededor. Y nada más. Y nadie más: ni los niños, ni sus carreras, ni su madre en centinela, ni mi buen Rama sobre la balaustrada de la terraza, ni las risas, ni el silencio desalojado. La piel de ese jardín se ha serenado en costumbres y alborotos, como la piel del alma con los años; como nosotros que habitamos este rincón de mundo, esta fracción insignificante de totalidades que siguen los mismos pasos, que pasan la misma historia. Porque, al cabo, la vida, nuestra vida, es la vida de las cosas: nos conocen, nos imitan, nos acompañan, nos testimonian.

Si será verdad, que, hace unos momentos, en la placita redonda escoltada por los cuatro bancos ajados, cerca de su centro geométrico, he descubierto una amapola. Sólo una pequeña, osada y silvestre amapola.

¿Vuelve a este jardín porque hemos abandonado su sitio? ¿O viene –ya sabéis– a dar las gracias?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hace años, esa amapola no habría tenido valor para asomarse. ¡No todo va a peor con el tiempo!

Antonio Azuaga dijo...

Es verdad, por eso me ha llamado la atención. Si recuerdas el sitio, resulta sorprendente: un círculo de tierra de unos diez metros de diámetro y, casi en el centro, ella, vertical y sola, como diciendo: vuelve a ser mi lugar y mi tiempo, el de ellos ha pasado.