martes, 29 de mayo de 2007

Casi centenario

Ya casi está cumplido. Trataba de tentar debilidades, de titularme en voluntad más que en inteligencia, de cerciorarme, un poco infantilmente, de que siempre querer será poder, aunque, tontos de nosotros, nos dejemos vencer por la primera espada que se nos cruza. “Digamos que esto es una prueba…” fueron las primeras palabras que escribí aquel 20 de febrero al empezar este “acto inútil”, como unos días después ya lo llamaba. Un trabajo estúpido con resonancias míticas, tan prescindible y gratuito como la piedra de Sísifo, pero sin la causa fatal de un poder extraño, sino emergente de mí, hijo de la determinación y del señorío de uno sobre uno mismo. Por tener, he tenido hasta momentos de cobardía –¡aquellas cuatro noches de silencio!–… Y sin embargo, mañana, Deo volente, colgaré mi centésimo apunte.

Si alguien me preguntara para qué se hace algo tan tonto como escribir estos delirios cada día, podría responder muy pocas cosas. Por ejemplo, que el ejercicio ocasional de la real gana es una actividad de lo más saludable. Esto, sin embargo, además de una impertinencia, no sería verdad; porque, si fuera enteramente sincero, tendría que contestar que en el fondo de todas las almas hay demasiados silencios con vocación de palabra; o que existe la extraña pasión de dirigirse a alguien que ni se ve ni está (quizá, jamás estuvo), pero se intuye o inventa si es preciso. Digamos que esto se hace para hablar sin interferir, sin atravesarse de repente en la vida del otro, sin importunar como tantas veces sucede con el teléfono. Aquí uno deja su voz al atardecer sobre el banco de un parque y un paseante azaroso, un paseante conocido, un paseante deseado, se detiene o no, te escucha o no, te habla o no. Nadie le obliga o perturba; nadie le asedia o molesta. Poder dirigirme a un , mezcla de la conjetura y el deseo, que se perfila vagamente un poco más allá de los signos recién tecleados, ha sido para mí un aliciente, cuando no, una recompensa.

No me estoy despidiendo, creo; aunque, cuando cuelgue el apunte de mañana –que como veréis, docenita de leales amigos, no es más que la cancelación de una deuda–, me daré un respiro. Supongo que breve.

¡Supongo!

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Por lo que sea, por nada, porque sí, porque no es obligatorio y porque es adictivo, porque ilumina y abriga, yo te agradezco todo esto. Besos.

Anónimo dijo...

¡Quien lo diría, llegar a los cien...! Algo achacoso sí estás... En fin, mañana veremos si digo lo que hoy callo.

Antonio Azuaga dijo...

Porque sé que pasas por aquí, porque me alegra saberte por aquí, porque me entusiasma leerte por aquí… Por todo esto, por todo. Gracias, Amalia. ¡Y besos!

Antonio Azuaga dijo...

Amigo Félix, de achacoso nada. Yo soy de esos que un día se mueren y la gente dice: “¡Hay que ver! Ni un simple catarro en su vida y… ¡fíjate! Si es que no somos nadie, doña Paquita… ¡Nadie!”

Anónimo dijo...

Es cierto: es muy "adictivo". Pero una sanísima adicción. Un gracias por cada una de estas cien estupendas "dosis". Besos.

Anónimo dijo...

Muchísimas gracias, Granada. Me alegra lo indecible ver que has roto la "timidez verbal", aunque ya sabes que yo sabía que andabas por aquí.
Muchos besos y un "apretoncillo de manos" para "el pitata".